Hace muchos pero muchos años, en un lejano pueblecito, vivía una familia que tenía siete hijitos. Pulgarcito, que recibió ese nombre por ser el más pequeñito de los hermanitos, oyó un día a sus padres que decían con pena:
Pulgarcito, que sabia la verdad, fue dejando caer migas de pan por el camino así podrían regresar... pero, ¡ OH, sorpresa! Por la noche las migas habían desaparecido, pues los pajaritos se las comieron. Los niños asustados comenzaron a llorar. En aquel momento Pulgarcito se subió a la parte más alta de un gran árbol y descubrió a lo lejos un castillo.
Pulgarcito llamó a la puerta y una mujer regordeta les abrió, les invitó a cenar y dormir. Aquella noche mientras dormían oyeron unas pisadas muy fuertes... y... ¡Pulgarcito vio al enorme gigante! Que mientras los contaba decía: ¡Qué ricos estarán estos siete pequeños fritos con una buena salsa! Al oír esto, muy asustado despertó a sus hermanos:
-¡Escapemos de aquí! ¡Corran es el ogro que quiere comernos!
Tan rápido corrieron que el gigante cayó de cansancio al piso, quedándose dormido. Entonces Pulgarcito se le acercó muy despacito para no despertarlo y aprovechó para quitarle las botas mágicas, sin las cuales quedó convertido en un hombrecillo común.
El Rey lo recompensó por haber vencido a tan temido ogro y con las monedas recibidas regresaron a casa de sus padres. Estos, muy contentos los recibieron con los brazos abiertos y desde aquel momento vivieron todos felices gracias a Pulgarcito el más pequeñito pero también el más valiente del lugar.