domingo, 16 de noviembre de 2008

PULGARCITO

Hace muchos pero muchos años, en un lejano pueblecito, vivía una familia que tenía siete hijitos. Pulgarcito, que recibió ese nombre por ser el más pequeñito de los hermanitos, oyó un día a sus padres que decían con pena:
-Tendremos que enviar a los niños al bosque pues, parece que un malvado ogro quiere venir a robárnoslos. Al día siguiente, los padres los mandaron a lo más espeso del monte para que se escondiesen, y así aunque el ogro les preguntara, ni siquiera ellos sabrían donde estaban.
Pulgarcito, que sabia la verdad, fue dejando caer migas de pan por el camino así podrían regresar... pero, ¡ OH, sorpresa! Por la noche las migas habían desaparecido, pues los pajaritos se las comieron. Los niños asustados comenzaron a llorar. En aquel momento Pulgarcito se subió a la parte más alta de un gran árbol y descubrió a lo lejos un castillo.

Pulgarcito llamó a la puerta y una mujer regordeta les abrió, les invitó a cenar y dormir. Aquella noche mientras dormían oyeron unas pisadas muy fuertes... y... ¡Pulgarcito vio al enorme gigante! Que mientras los contaba decía: ¡Qué ricos estarán estos siete pequeños fritos con una buena salsa! Al oír esto, muy asustado despertó a sus hermanos:

-¡Escapemos de aquí! ¡Corran es el ogro que quiere comernos!
Tan rápido corrieron que el gigante cayó de cansancio al piso, quedándose dormido. Entonces Pulgarcito se le acercó muy despacito para no despertarlo y aprovechó para quitarle las botas mágicas, sin las cuales quedó convertido en un hombrecillo común.
El Rey lo recompensó por haber vencido a tan temido ogro y con las monedas recibidas regresaron a casa de sus padres. Estos, muy contentos los recibieron con los brazos abiertos y desde aquel momento vivieron todos felices gracias a Pulgarcito el más pequeñito pero también el más valiente del lugar.


FIN

miércoles, 5 de noviembre de 2008

LA NUBE AVARICIOSA

Érase una vez una nube que vivía sobre un país muy bello. Un día, vio pasar otra nube mucho más grande y sintió tanta envidia, que decidió que para ser más grande nunca más daría su agua a nadie, y nunca más llovería. Efectivamente, la nube fue creciendo, al tiempo que su país se secaba. Primero se secaron los ríos, luego se fueron las personas, después los animales, y finalmente las plantas, hasta que aquel país se convirtió en un desierto. A la nube no le importó mucho, pero no se dio cuenta de que al estar sobre un desierto, ya no había ningún sitio de donde sacar agua para seguir creciendo, y lentamente, la nube empezó a perder tamaño, sin poder hacer nada para evitarlo.
La nube comprendió entonces su error, y que su avaricia y egoísmo serían la causa de su desaparición, pero justo antes de evaporarse, cuando sólo quedaba de ella un suspiro de algodón, apareció una suave brisa. La nube era tan pequeña y pesaba tan poco, que el viento la llevó consigo mucho tiempo hasta llegar a un país lejano, precioso, donde volvió a recuperar su tamaño.
Y aprendida la lección, siguió siendo una nube pequeña y modesta, pero dejaba lluvias tan generosas y cuidadas, que aquel país se convirtió en el más verde, más bonito y con más arcoiris del mundo.
Autor: Pedro Pablo Sacristán.

LA PRINCESA Y EL GUISANTE

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Érase una vez un príncipe que quería casarse, pero tenía que ser con una princesa de verdad. De modo que dio la vuelta al mundo para encontrar una que lo fuera; pero aunque en todas partes encontró no pocas princesas, que lo fueran de verdad era imposible de saber, porque siempre había algo en ellas que no terminaba de convencerle. Así es que regresó muy desconsolado, por su gran deseo de casarse con una princesa auténtica.
Una noche estalló una tempestad horrible, con rayos y truenos y lluvia a cántaros; era una noche, en verdad, espantosa. De pronto golpearon a la puerta del castillo, y el viejo rey fue a abrir.
Afuera había una princesa. Pero, Dios mío, ¡qué aspecto presentaba con la lluvia y el mal tiempo! El agua le goteaba del pelo y de las ropas, le corría por la punta de los zapatos y le salía por el tacón y, sin embargo, decía que era una princesa auténtica.
«Bueno, eso ya lo veremos», pensó la vieja reina. Y sin decir palabra, fue a la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y puso un guisante en el fondo. Después cogió veinte colchones y los puso sobre el guisante, y además colocó veinte edredones sobre los colchones.
La que decía ser princesa dormiría allí aquella noche.
A la mañana siguiente le preguntaron qué tal había dormido.
-¡Oh, terriblemente mal! -dijo la princesa-. Apenas si he pegado ojo en toda la noche. ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo todo el cuerpo lleno de magulladuras. ¡Ha sido horrible!
Así pudieron ver que era una princesa de verdad, porque a través de veinte colchones y de veinte edredones había notado el guisante. Sólo una auténtica princesa podía haber tenido una piel tan delicada.
El príncipe la tomó por esposa, porque ahora pudo estar seguro de que se casaba con una princesa auténtica, y el guisante entró a formar parte de las joyas de la corona, donde todavía puede verse, a no ser que alguien se lo haya comido.
¡Como veréis, éste sí que fue un auténtico cuento!
fin