domingo, 9 de septiembre de 2012

CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO - 27 de septiembre de 1821


















Había triunfado al fin el gran movimiento insurreccional que inició en Dolores el inmortal Hidalgo. La Nueva España acababa de convertirse en México independiente.

El 27 de septiembre de 1821, desde muy temprano había salido la división de Filisola hacia Chapultepec, donde se incorporó al grueso de las tropas que desde ese punto se extendían por la calzada de la Verónica y el camino de Tacuba. La gente se agolpaba a las calles y plazas por donde habían de pasar los diez y seis mil hombres que formaban el ejército más numeroso que hasta entonces se veía en México.

Montado en un caballo negro y seguido de un numeroso Estado Mayor, entró el primer jefe (Iturbide) por la garita de la Piedad, a las diez de la mañana, y avanzando por el Paseo nuevo (Bucareli) y la avenida de Corpus Christi, se detuvo en la esquina del convento de San Francisco bajo un soberbio arco triunfal.

Allí esperaba el ayuntamiento, y adelantándose el alcalde más antiguo, don José Ignacio Ormaechea, le presentó unas llaves de oro, emblemáticas de las de la ciudad. Iturbide echó pie a tierra para recibirlas y las devolvió al alcalde diciéndole “Estas llaves que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que puede hacer la felicidad común, las devuelvo a V.E. fiando de su celo que procurará el bien del público a quien representa”.

Volvió a montar, y aumentada su comitiva con el ayuntamiento y las parcialidades de San Juan y Santiago, continuó con su marcha en medio de las aclamaciones delirantes de la multitud. Apeóse en el palacio, donde le felicitaron la diputación provincial y demás autoridades y corporaciones; en seguida salió al balcón principal, teniendo a su derecha a O’Donojú, para ver el desfile de las tropas; éste fue largo y solemne y terminó a las dos de la tarde. El pueblo prodigió sus aplausos a todos los cuerpos del ejército, y en cada uno de los soldados contemplaba a un fundador de la independencia nacional. Terminado el desfile, Iturbide, O’Donojú y una numerosa comitiva se dirigieron a la capital metropolitana. Iturbide habló a la nación para anunciarle el término de su grandiosa empresa. La proclama fue digna del caudillo y del pueblo a quien se dirigía:

“Mexicanos: Ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente como os anuncié en Iguala: ya recorrí el espacio que hay desde la esclavitud a la libertad, y toqué los diversos resortes para que todo americano manifestase su opinión escondida, porque en unos disipó el temor que los contenía, en otros se moderó la malicia de sus juicios, y en todos se consolidaron las ideas. Ya me veis en la capital del imperio más opulento sin dejar atrás ni arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de maldiciones al asesino de su padre; por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de este reino, y todas uniformadas en la celebridad han dirigido al ejército trigarante vivas expresivos, y al cielo votos de gratitud.

Estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable, y compensaban con demasía los afanes, las privaciones y la desnudez de los soldados, siempre alegres, constantes y valientes. Ya sabéis el modo de ser libres: a vosotros toca señalar el de ser felices. Se instalará la Junta; se reunirán las Cortes; se sancionará la ley que debe haceros venturosos, y yo os exhorto a que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad intima.

Contribuid con vuestras luces y ofreced materiales para el magnífico código, pero sin la sátira mordaz, ni el sarcasmo mal intencionado: dóciles a la potestad del que manda, completad con el soberano Congreso la grande obra que empecé, y dejadme a mí que, dando un paso atrás, observe atento el cuadro que trazó la Providencia y que debe retocar la sabiduría americana; y si mis trabajos, tan debidos a la patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión a las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo. Iturbide”.

Al día siguiente se firmó el acta de independencia del Imperio Mexicano.

Bibliografía:
Riva Palacio, Vicente D.
México a través de los Siglos. Tomo III La Guerra de Independencia. Libro segundo. Capítulo XVI. Pág. 750-752.
Decimoprimera edición. Editorial Cumbre. México, 1974.

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