Pero ni aquel payaso ni aquellas bolas eran corrientes, y durante la noche, cada una de las bolas mágicamente dio lugar a un niño igual al que había comenzado los insultos. Todas menos una, que dio lugar a otro payaso. Durante todo el día las copias del niño insolente anduvieron por el pueblo, molestando a todos, y cuando por la tarde la copia del payaso comenzó su espectáculo malabarista, se repitió la situación del día anterior, pero esta vez fueron 4 los chicos que increparon al payaso, obligándole a abandonar otras 4 bolas. Y nuevamente, durante la noche, 3 de aquellas bolas dieron lugar a copias del niño insolente, y la otra a una copia del payaso.
Y así fue repitiéndose la historia durante algunos días, hasta que el pueblo se llenó de chicos insolentes que no dejaban tranquilo a nadie, y los mayores del pueblo se decidieron a acabar con todo aquello. Firmemente, impidieron a ninguno de los niños faltar ni increpar a nadie, y al comenzar la actuación del payaso, según empezaban los chicos con sus insultos, un buen montón de mayores les impidieron seguir adelante, de forma que el payaso pudo completar su espectáculo y pasar la noche en el pueblo. Esa noche, 3 de las copias del niño insolente desaparecieron, y lo mismo ocurrió el resto de días, hasta que finalmente sólo quedaron el payaso y el niño auténtico.
El niño y todos en el pueblo habían comprobado hasta dónde podía extenderse el mal ejemplo, y a partir de entonces, en lugar de molestar a los visitantes, en aquel pueblo ponían todo su empeño para que pasaran un buen día, pues habían descubierto que hasta un humilde payaso podía enseñarles mucho.
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