martes, 8 de enero de 2013

El Rey Rana

 Los Hermanos Grimm

Hubo una vez un lejano país en el que reinaba un soberano que tenía tres hijas a cuál más bella. Vivían en un espléndido castillo rodeado de jardines repletos de flores, frondosos árboles, fuentes cantarinas y un pozo con agua cristalina. Eran tiempos de paz, todos eran felices y vivían sin más preocupación que buscar entretenimientos para pasar el tiempo.

Cierto día, la mayor de las hijas del rey fue a calmar su sed al pozo, mas cuál no sería su sorpresa cuando al acercar el vaso a la boca comprobó que el agua estaba turbia. Nadando en el interior del pozo, se encontraba una rana: - Bella princesa, cásate conmigo y haré que se aclare el agua - dijo el animal. - ¡Qué descaro! - Dijo la princesa volviendo al castillo- ¿Cómo puedes pensar que desposaré a una rana?

La hermana mediana también estaba sedienta, pues se trataba de un día muy caluroso, y se acercó al pozo. Al asomarse para llenar el vaso y refrescarse, vio que había una rana enturbiando el agua. - Preciosa niña, si te casas conmigo, limpiaré el agua para que puedas beberla. - ¡Estás loca! - replicó la muchacha, mientras se alejaba - ¡Nunca me casaría con un bicho tan feo!

La princesa más pequeña también sintió sed, y fue al pozo para beber. Cuando se disponía a hacerlo, observó el vaso al trasluz y vio el líquido tan turbio que era imposible beberlo. Al asomarse, vio a la rana, que al nadar enturbiaba el agua.

- Linda joven, si consientes en ser mi esposa, haré que el agua quede clara. - De acuerdo - Asintió la joven.

Sin embargo, en su fuero interno, pensaba que realmente no importaba demasiado la palabra dada a una rana, puesto que la boda entre un animal y un humano sería de todo punto imposible. La rana dio un salto y después otro, y el agua quedó clara y cristalina. La joven princesa bebió, llenó el vaso con más agua para sus hermanas y olvidó el incidente.

A la hora de la cena, alguien llamó a la puerta del castillo: - ¡Princesita, princesita!, Recuerda tus palabras junto a la fuente, déjame entrar para estar contigo - croó la rana desde fuera. La muchacha no podía creerlo, pero como hubiera dado su palabra, no quiso romperla aunque se tratara de un animal quien la recibiera, así que aceptó compartir con ella la mesa.

Cuando llegó el momento de retirarse a los dormitorios, la rana exigió: - Llévame contigo, déjame dormir en tu almohada, como prometiste. Así lo hizo, aunque a regañadientes, y cuando amaneció, la rana desapareció en el jardín y la princesa no la vio durante el día, así que pensó que podía olvidar al verde bichejo.

Al atardecer del segundo día, se repitió la escena: la rana llamaba a la más joven de las hijas del rey pidiéndole que la dejase entrar en su dormitorio. Y de nuevo durmió en la almohada, desapareciendo en el jardín al clarear el día. Y lo mismo ocurrió la tercera noche: la rana llamó a la princesita hasta que ésta le dejó dormir junto a ella, en la almohada.

Pero cuando la rana estuvo instalada en la cama, al lado de la princesita, le dijo: - Princesa, como esposos hemos compartido el lecho, pero aún no me has dado siquiera un beso. Dame un beso - exigió. La joven, apurada, reunió todo el valor que tenía para soportar las náuseas que le producía el hecho de besar al animal, y acercó los labios al batracio.

Una brillante luz iluminó la habitación, y al apagarse... ¡Oh, sorpresa! No era la rana quien ocupaba la alcoba junto a ella, sino un elegante y apuesto príncipe que le explicó: - Linda niña, se ha roto el embrujo que me condenaba a permanecer bajo la forma de una viscosa rana. Tu amabilidad y nobleza al mantener tu promesa a pesar de la repugnancia que sentías han sido capaces de anular el encantamiento.

La princesa no podía ocultar su alegría cuando fueron a anunciar el compromiso a su padre, el rey, que les bendijo antes de celebrar la boda. Tres días y tres noches duró la celebración que fue el comienzo de un largo reinado lleno prosperidad y felicidad para todos, y en especial para la princesita que vio así recompensado con creces su sacrificio.

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