Voy a contar una historia que me contó alguien que la escuchó de su padre, y éste del suyo y así sucesivamente, hasta hace más de trescientos años. Tal vez sea cierta, tal vez sea leyenda, pero podría haber sucedido.
Había nacido el pequeño Tom en una casucha de un barrio miserable de Londres, siendo el menor de tres hermanos, dos niñas y él. Compartían la casucha con su abuela, y tanto la abuela como el padre, gustaban de golpear a los pequeños y a la madre. |
Tom era muy listo y tuvo la ayuda del cura párroco, quien le enseñó a leer y escribir, además de otras cosas, más propias de un joven de la nobleza, que de un mendigo de los suburbios.
Mientras tanto, en palacio, el príncipe Eduardo, nacido el mismo día que Tom, crecía entre lujos y estudiando duramente, para hacerse cargo de su país algún día.
Cierto día, en que Tom recorría la ciudad buscando algo que comer, se llegó hasta las puertas del palacio y presenció la salida del príncipe. Era lo que él siempre había soñado, conocer a la nobleza con la que tanto soñaba desde que el buen cura le metiera ideas eruditas en la cabeza.
Tan entusiasmado estaba Tom, que se acercó demasiado al príncipe, y fue golpeado por el guardia que castigó su atrevimiento. El príncipe indignado, invitó a Tom a palacio para compensarlo por el abuso sufrido. Cuando estuvieron solos, lo convidó con ricos manjares y hablaron de sus vidas. El príncipe se sintió atraído por la vida del mendigo, y éste por la de su Alteza, por lo que decidieron cambiar ropajes, para saber lo que se sentía calzar los zapatos del otro.
Cuando lo hicieron, descubrieron que eran idénticos en todo y decidieron jugar un rato a cambiar de papeles. De pronto, se abrió la puerta y entró uno de los ministros del Rey que venía a buscar al príncipe. Se llevó al muchacho equivocado, por más que el príncipe protestó, haciendo que despacharan al mendigo a la calle.
Nadie creyó lo que los jóvenes decían, se guiaron tan solo por su apariencia. De este modo, las cosas se fueron complicando, y nuestros jóvenes terminaron ejerciendo uno, el oficio del otro. Tom debió asumir las funciones de príncipe, por temor al castigo que le impondrían por usurpación de personalidad. Y Eduardo, no tuvo otro remedio que acomodarse a la vida de pordiosero, pues nadie creía su historia.
Pasado algún tiempo, Tom se había habituado a su papel real y le había tomado el gusto, comenzó a disfrutar del lujo. Mientras tanto, Eduardo sobrevivía como podía, metiéndose en problemas constantemente y sufriendo los malos tratos en lugar de Tom.
Pero sucedió un trágico día, que el Rey murió, entonces se dispuso la coronación del heredero. Al conocer la noticia, el verdadero príncipe decidió que debía impedir la estafa, iría a tomar posesión de su legítimo cargo. Pero esto no era nada fácil. Debió sortear multitud de complicaciones en su camino para cumplir su destino.
Estaba a punto de ser coronado Tom en lugar de Eduardo, cuando el verdadero príncipe irrumpió en la sala del trono, ante la mirada atónita de todos los presentes. Avanzaba vociferando que detuvieran la ceremonia. Los guardias intentaron apresarlo, pero Tom los detuvo y fue a postrarse de rodillas ante el nuevo soberano, jurando su lealtad incondicional.
Aclarado el misterio, Eduardo fue coronado legítimamente, y Tom se mantuvo junto a él como su favorito.
El Rey Eduardo VI vivió pocos años, pero su reinado fue ejemplo de sabiduría y compasión.
Tom, vivió hasta edad muy avanzada y en todas partes era recibido como el favorito del Rey, y su historia, recibida con beneplácito.
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