jueves, 8 de enero de 2015

La rana saltaventanas

Había una vez una rana que vivía en un estanque junto a un palacio abandonado, habitado de vez en cuando por alguna bruja viajera. Un día decidió visitarlo, y de salto en salto llegó junto a una ventana que en lugar de cristales tenía una pompa de jabón. La rana, divertida, quiso explotarla de un salto, pero aquello no era jabón, sino restos de una poción mágica, y al momento se vio entrando en un sitio muy diferente.
Parecía la casa de alguien muy rico: olía bien y se estaba calentito. Pero aquello duró muy poco: un perro la descubrió y a punto estuvo de atraparla. Por suerte, en tres grandes saltos la rana consiguió salir de nuevo por la ventana... para aparecer en una charca maravillosa, llena de ranas y sapos de gran belleza, con abundantes moscas, donde todos croaban felices durante horas y horas. La rana, ni bonita ni fea, sino más bien normal, no fue muy bien acogida por las presumidas habitantes de la charca, pero estaba tan a gusto que poco le importó. Vivió en aquel lugar bastantes días, pero una noche, unos cuantos sapos hartos de su vulgar aspecto, la agarraron mientras dormía, y la devolvieron a la ventana por donde había entrado.
La rana despertó en una habitación oscura y estropeado, bastante fría e incómoda, donde un pobre niño la recibió con muchísima alegría, convirtiéndola desde el primer momento en su inseparable compañera. La atendía lo mejor que podía y hasta cazaba moscas para ella, pero la rana no dejaba de pensar en las comodidades de la anterior charca, y cuando el frío se hizo más intenso, y la leña se terminó, corrió una noche a la ventana y dio un gran salto en busca de ... ¡¡el Polo Norte!!
La rana se sintió morir de frío, y volvió a saltar por donde había llegado. Esta vez apareció en el desierto, y cuando quiso dar marcha atrás volvió a ver las nieves del Polo. No importó cuántas veces saltó adelante y atrás: ya no apareció en ningún lugar distinto del hielo del polo o la arena del desierto. Y mientras cambiaba de uno a otro se acordaba de su buen amo, el niño pobre, y de cómo por haber sido tan desagradecida y cómoda, había acabado así, medio muerta de hambre, saltando continuamente del peor de los fríos al más abrasador de los calores.

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