Doña Cebra y Doña Jirafa eran dos grandes amigas, y esto se comprobó en cierta ocasión, en la cual doña Jirafa cayó tremendamente enferma de la garganta.
Doña Jirafa se levantó una mañana con la garganta terriblemente inflamada; la sensación de dolor al tragar era muy grande, y por esta causa no podía comerse ni un triste grano de arroz.
Al ver como su salud empeoraba, doña Jirafa pensó que lo más conveniente sería avisar a su buena amiga Doña Cebra, que siempre estaba pendiente de ella.
- ¡Ay, Doña Cebra! ¡Qué mal me encuentro esta mañana! ¡Casi no puedo ni hablar!- Exclamaba Doña Jirafa dirigiéndose a su amiga.
- Voy a ver el aspecto de esa garganta- Dijo Doña Cebra.- ¡Uf! Tiene muy mal aspecto, de manera que iré a la farmacia para ver qué pueden recomendarme para este tipo de dolencia.
Mientras Doña Cebra se dirigía a la farmacia en busca de lo necesario para curar a su amiga, Doña Jirafa decidió meterse en la cama, puesto que de mal que se encontraba no podía ni estar de pie.
Entre tanto, Doña Cebra no conseguía encontrar en ninguna farmacia cercana medicamentos suficientes para la garganta de su amiga, tan larga que era, y ni corta ni perezosa decidió viajar a otro país con más farmacias. Era tanta su preocupación y su sentido de la responsabilidad, que a Doña Cebra no le importaba el medio, sino el fin. Pero al desplazarse a otro país en busca de remedios para la garganta de Doña Jirafa, el viaje se alargó demasiado y, a su vuelta, Doña Jirafa ya se encontraba bien.
Sin embargo, esto no enfadó a Doña Cebra lo más mínimo, y ni por la cabeza se le pasó el lamentarse por la inutilidad de su viaje. ¡Se alegraba tanto de ver a doña Jirafa recuperada!
La verdadera amistad es un gigantesco tesoro, y Doña Jirafa tuvo la suerte de comprobarlo.
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