Había una vez un lobo que se encontraba hambriento en el bosque. Llevaba días sin poder probar bocado, incapaz de cazar ninguna presa. Cansado, se acercó a una granja que conocía desde hace años. El dueño tenía muchas trampas para evitar a los lobos, protegiendo siempre a sus ovejas como si fuesen sus propias hijas.
Después de mucho pensar el lobo ideó el plan perfecto. Recorrió el bosque entero buscando a otros lobos para pedirles ayuda, encontrando a un viejo lobo que nunca había pasado hambre en su vida. Cuando el lobo le explicó su plan no pudo más que reírse, dándole de todas formas lo que le pidió para que pudiese llevarlo a cabo. El viejo lobo entró en su guarida para buscar una piel vieja de oveja, limpia por las lluvias y lanosa al no haber salido de la cueva.
El lobo volvió a la granja con la piel de la oveja en su cuerpo. Cualquiera que le viera desde lejos reconocería el disfraz inmediatamente, por lo que esperó hasta el atardecer para colarse con cuidado y balar cuando se acercase el granjero. Debido a la oscuridad y al cansancio el hombre pasó por alto al lobo disfrazado de oveja, metiéndolas dentro del corral a todas para protegerlas de los peligros de fuera.
Cuando anocheció el lobo se preparó para comer plácidamente sabiendo que el granjero estaría ya durmiendo. De repente se encendió la luz, obligándole a quedarse muy quieto para que no le descubrieran. El granjero había entrado para elegir a una oveja a la que sacrificar buscando su provisión de carne necesaria para el día siguiente. Sin fijarse mucho escogió a una oveja al azar, resultando ser el lobo con la piel de oveja.
Desde entonces los lobos del bosque aprendieron que es mejor aparentar ser lobo y seguir esforzándose por conseguir comida que tratar de ser otra cosa diferente para coneguir lo mismo de una forma fácil.
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