TE CUENTO UN CUENTO
PERSONITA ESTE BLOG ES SOLO PARA TI, AQUI PODRÁS LEER TODOS LOS DÍAS UN CUENTO DIFERENTE Y HACER VARIAS ACTIVIDADES PROPIAS DE TU EDAD. Profra. Rocío Romero Kuhliger.
miércoles, 25 de agosto de 2021
martes, 24 de agosto de 2021
Clasificados Presentan protocolo de regreso a clases; cubrebocas y distancia, obligatorios
- En la entrada se tomará la temperatura al estudiante y se le dará gel antibacterial. En la fila de espera, mantener sana distancia.
- El acceso será con cubrebocas o pañuelo bien colocado. Está prohibido quitárselo dentro de las instalaciones.
- Antes de ingresar a las aulas se debe volver a colocar gel antibacterial. Se podrá ocupar una banca sí y una no.
- Aquellos alumnos que no acudan a clases presenciales deberán continuar con sus estudios a distancia a través de los medios digitales.
- Los salones y el área que utilizarán los estudiantes deben ser limpiados a la entrada y a la salida de los alumnos.
- Las aulas permanecerán ventiladas, es decir, las puertas y ventanas estarán abiertas.
- La asistencia será alternada, es decir, lunes y miércoles acudirá un primer grupo y martes y jueves el segundo; los alumnos que requieran refuerzo de sus clases también irán los viernes. Podrán asistir, máximo, 20 alumnos por aula, si el salón lo permite por sus dimensiones.
- Aquellos alumnos que no acudan a clases presenciales deberán continuar con sus estudios a distancia a través de los medios digitales.
- Habrá agua y jabón en los baños de todas las escuelas para lavado constante de manos.
- Se suspende cualquier tipo de ceremonias y reuniones. Tampoco habrá recreo general.
- Se maximizará el uso de los espacios abiertos. Por ejemplo, el uso del patio será restringido por grupos y se buscará que cada alumno guarde una sana distancia.
- Si se detecta un caso positivo de covid-19, la escuela cerrará 15 días y se regresará al esquema de clases a distancia.
- Si se requiere, los alumnos o docentes recibirán apoyo socioemocional.
miércoles, 30 de junio de 2021
El burro y el lobo
Había una vez un burro que se encontraba en el campo feliz, comiendo hierba a sus anchas y paseando tranquilamente bajo el cálido sol de primavera. De repente, le pareció ver que había un lobo escondido entre los matorrales con cara de malas intenciones.
¡Seguro que iba a por él! ¡Tenía que escapar! El pobre borrico sabía que tenía pocas posibilidades de huir. No había lugar donde esconderse y si echaba a correr, el lobo que era más rápido le atraparía. Tampoco podía rebuznar para pedir auxilio porque estaba demasiado lejos de la aldea y nadie le oiría.
Desesperado comenzó a pensar en una solución rápida que pudiera sacarle de aquel apuro. El lobo estaba cada vez más cerca y no le quedaba mucho tiempo.
– ¡Sí, eso es! – pensó el burrito – Fingiré que me he clavado una espina y engañaré al lobo.
Y tal como se le ocurrió, empezó a andar muy despacito y a cojear, poniendo cara de dolor y emitiendo pequeños quejidos. Cuando el lobo se plantó frente a él enseñando los colmillos y con las garras en alto dispuesto a atacar, el burro mantuvo la calma y siguió con su actuación.
– ¡Ay, qué bien que haya aparecido, señor lobo! He tenido un accidente y sólo alguien tan inteligente como usted podría ayudarme.
El lobo se sintió halagado y bajó la guardia.
– ¿En qué puedo ayudarte? – dijo el lobo, creyéndose sobradamente preparado.
– ¡Fíjese qué mala suerte! – lloriqueó el burro – Iba despistado y me he clavado una espina en una de las patas traseras. Me duele tanto que no puedo ni andar.
Al lobo le pareció que no pasaba nada por echarle un cable al burro. Se lo iba a comer de todas maneras y estando herido no podría escapar de sus fauces.
– Está bien… Veré qué puedo hacer. Levanta la pata.
El lobo se colocó detrás del burro y se agachó. No había rastro de la astilla por ninguna parte.
– ¡No veo nada! – le dijo el lobo al burro.
– Sí, fíjate bien… Está justo en el centro de mi pezuña. ¡Ay cómo duele! Acércate más para verla con claridad.
¡El lobo cayó en la trampa! En cuanto pegó sus ojos a la pezuña, el burro le dio una enorme coz en el hocico y salió pitando a refugiarse en la granja de su dueño. El lobo se quedó malherido en el suelo y con cinco dientes rotos por la patada.
¡Qué estúpido se sintió! Creyéndose más listo que nadie, fue engañado por un simple burro.
– ¡Me lo merezco porque sin tener ni idea, me lancé a ser curandero!
Moraleja: cada uno tiene que dedicarse a lo suyo y no tratar de hacer cosas que no sabe. Como dice el refrán: ¡zapatero a tus zapatos!
El zapatero y los duendes
Érase una vez un zapatero al que no le iban muy bien las cosas y ya no sabía qué hacer para salir de la pobreza.
Una noche la situación se volvió desesperada y le dijo a su mujer:
– Querida, ya no me queda más que un poco de cuero para fabricar un par de zapatos. Mañana me pondré a trabajar e intentaré venderlo a ver si con lo que nos den podemos comprar algo de comida.
– Está bien, cariño, tranquilo… ¡Ya sabes que yo confío en ti!
Colocó el trocito de cuero sobre la mesa de trabajo y fue a acostarse.
Se levantó muy pronto, antes del amanecer, para ponerse manos a la obra, pero cuando entró en el taller se llevó una sorpresa increíble. Alguien, durante la noche, había fabricado el par de zapatos.
Asombrado, los cogió y los observó detenidamente. Estaban muy bien rematados, la suela era increíblemente flexible y el cuero tenía un lustre que daba gusto verlo ¡Sin duda eran unos zapatos perfectos, dignos de un ministro o algún otro caballero importante!
– ¿Quién habrá hecho esta maravilla?… ¡Son los mejores zapatos que he visto en mi vida! Voy a ponerlos en el escaparate del taller a ver si alguien los compra.
Afortunadamente, en cuanto los puso a la vista de todos, un señor muy distinguido pasó por delante del cristal y se encaprichó de ellos inmediatamente. Tanto le gustaron que no sólo pagó al zapatero el precio que pedía, sino que le dio unas cuantas monedas más como propina.
¡El zapatero no cabía en sí de gozo! Con ese dinero pudo comprar alimentos y cuero para fabricar no uno, sino dos pares de zapatos.
Esa noche, hizo exactamente lo mismo que la noche anterior. Entró al taller y dejó el cuero preparado junto a las tijeras, las agujas y los hilos, para nada más levantarse, ponerse a trabajar.
Se despertó por la mañana con ganas de coser, pero su sorpresa fue mayúscula cuando de nuevo, sobre la mesa, encontró dos pares de zapatos que alguien había fabricado mientras él dormía. No sabía si era cuestión de magia o qué, pero el caso es que se sintió tremendamente afortunado.
Sin perder ni un minuto, los puso a la venta. Estaban tan bien rematados y lucían tan bonitos en el escaparate, que se los quitaron de las manos en menos de diez minutos.
Con lo que ganó compró piel para fabricar cuatro pares y como cada noche, la dejó sobre la mesa del taller. Una vez más, por la mañana, los cuatro pares aparecieron bien colocaditos y perfectamente hechos.
Y así día tras día, noche tras noche, hasta el punto que el zapatero comenzó a salir de la miseria y a ganar mucho dinero. En su casa ya no se pasaban necesidades y tanto él como su esposa comenzaron sentir que la suerte estaba de su parte ¡Por fin la vida les había dado una oportunidad!
Pasaron las semanas y llegó la Navidad. El matrimonio disfrutaba de la deliciosa y abundante cena de Nochebuena cuando la mujer le dijo al zapatero:
– Querido ¡mira todo lo que tenemos ahora! Hemos pasado de ser muy pobres a vivir cómodamente sin que nos falte de nada, pero todavía no sabemos quién nos ayuda cada noche ¿Qué te parece si hoy nos quedamos espiando para descubrirlo?
– ¡Tienes razón! Yo también estoy muy intrigado y sobre todo, agradecido. Esta noche nos esconderemos dentro del armario que tengo en el taller a ver qué sucede.
Así lo hicieron. Esperaron durante un largo rato, agazapados en la oscuridad del ropero, dejando la puerta un poco entreabierta. Cuando dieron las doce en el reloj, vieron llegar a dos pequeños duendes completamente desnudos que, dando ágiles saltitos, se subieron a la mesa donde estaba todo el material.
En un periquete se repartieron la tarea y comenzaron a coser sin parar. Cuando terminaron los zapatos, untaron un trapo con grasa y los frotaron con brío hasta que quedaron bien relucientes.
A través de la rendija el matrimonio observaba la escena con la boca abierta ¡Cómo iban a imaginarse que sus benefactores eran dos simpáticos duendecillos!
Esperaron a que se fueran y la mujer del zapatero exclamó:
– ¡Qué seres tan bondadosos! Gracias a su esfuerzo y dedicación hemos levantado el negocio y vivimos dignamente. Creo que tenemos que recompensarles de alguna manera y más siendo Navidad.
– Estoy de acuerdo, pero… ¿cómo podemos hacerlo?
– Está nevando y van desnudos ¡Seguro que los pobrecillos pasan mucho frío! Yo podría hacerles algo de ropa para que se abriguen bien ¡Recuerda que soy una magnífica costurera!
– ¡Qué buena idea! Seguro que les encantará.
La buena señora se pasó la mañana siguiente cortando pequeños pedazos de tela de colores, hilvanando y cosiendo, hasta que terminó la última prenda. El resultado fue fantástico: dos pantalones, dos camisas y dos chalequitos monísimos para que los duendes mágicos pasaran el invierno calentitos.
Al llegar la noche dejó sobre la mesa del taller, bien planchadita, toda la ropa nueva, y después corrió a esconderse en el ropero junto a su marido ¡Esta vez querían ver sus caritas al descubrir el regalo!
Los duendes llegaron puntuales, como siempre a las doce de la noche. Dieron unos brincos por el taller, se subieron a la mesa del zapatero, y ¡qué felices se pusieron cuando vieron esa ropa tan bonita y colorida!
Alborozados y sin dejar de reír, se vistieron en un santiamén y se miraron en un espejo que estaba colgado en la pared ¡Se encontraron tan guapos que comenzaron a bailar y a abrazarse locos de contento!
Después, viendo que esa noche no había cuero sobre la mesa y que por tanto ya no había zapatos que fabricar, salieron por la ventana para no regresar jamás.
El zapatero y su mujer fueron muy felices el resto de su vida pero jamás olvidaron que todo se lo debían a dos duendecillos fisgones que un día decidieron colarse en su taller para fabricar un par de hermosos zapatos.
Juan sin miedo
Érase una vez un hombre que tenía dos hijos totalmente distintos. Pedro, el mayor, era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. En cambio su hermano pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada, así que en la comarca todos le llamaba Juan sin miedo.
A Juan no le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni escuchar cuentos de monstruos en la cama. El miedo no existía para él. A medida que iba creciendo, cada vez tenía más curiosidad sobre qué era sentir miedo porque él nunca había tenido esa sensación.
Un día le dijo a su familia que se iba una temporada para ver si conseguía descubrir lo que era el miedo. Sus padres intentaron i
Metió algunos alimentos y algo de ropa en una mochila y echó a andar. Durante días recorrió diferentes lugares, comió lo que pudo y durmió a la intemperie, pero no hubo nada que le produjera miedo.
Una mañana llegó a la capital del reino y vagó por sus calles hasta llegar a la plaza principal, donde colgaba un enorme cartel firmado por el rey que decía:
“Se hace saber que al valiente caballero que sea capaz de pasar tres días y tres noches en el castillo encantado, se le concederá la mano de mi hija, la princesa Esmeralda”
Juan sin miedo pensó que era una oportunidad ideal para él. Sin pensárselo dos veces, se fue al palacio real y pidió ser recibido por el mismísimo rey en persona. Cuando estuvo frente a él, le dijo:
– Señor, si a usted le parece bien, yo estoy decidido a pasar tres días en ese castillo. No le tengo miedo a nada.
– Sin duda eres valiente, jovenzuelo. Pero te advierto que muchos lo han intentado y hasta ahora, ninguno lo ha conseguido – exclamó el monarca.
– ¡Yo pasaré la prueba! – dijo Juan sin miedo sonriendo.
Juan sin miedo, escoltado por los soldados del rey, se dirigió al tenebroso castillo que estaba en lo alto de una montaña escarpada. Hacía años que nadie lo habitaba y su aspecto era realmente lúgubre.
Cuando entró, todo estaba sucio y oscuro. Pasó a una de las habitaciones y con unos tablones que había por allí, encendió una hoguera para calentarse. Enseguida, se quedó dormido.
Al cabo de un rato, le despertó el sonido de unas cadenas ¡En el castillo había un fantasma!
– ¡Buhhhh, Buhhhh! – escuchó Juan sobre su cabeza – ¡Buhhhh!
– ¿Cómo te atreves a despertarme?- gritó Juan enfrentándose a él. Cogió unas tijeras y comenzó a rasgar la sábana del espectro, que huyó por el interior de la chimenea hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.
Al día siguiente, el rey se pasó por el castillo para comprobar que Juan sin miedo estaba bien. Para su sorpresa, había superado la primera noche encerrado y estaba decidido a quedarse y afrontar el segundo día. Tras unas horas recorriendo el castillo, llegó la oscuridad y por fin, la hora de dormir. Como el día anterior, Juan sin miedo encendió una hoguera para estar calentito y en unos segundos comenzó a roncar.
De repente, un extraño silbido como de lechuza le despertó. Abrió los ojos y vio una bruja vieja y fea que daba vueltas y vueltas a toda velocidad subida a una escoba. Lejos de acobardarse, Juan sin miedo se enfrentó a ella.
– ¿Qué pretendes, bruja? ¿Acaso quieres echarme de aquí? ¡Pues no lo conseguirás! – bramó. Dio un salto, agarró el palo de la escoba y empezó a sacudirlo con tanta fuerza que la bruja salió disparada por la ventana.
Cuando amaneció, el rey pasó por allí de nuevo para comprobar que todo estaba en orden. Se encontró a Juan sin miedo tomado un cuenco de leche y un pedazo de pan duro relajadamente frente a la ventana.
– Eres un joven valiente y decidido. Hoy será la tercera noche. Ya veremos si eres capaz de aguantarla.
– Descuide, majestad ¡Ya sabe usted que yo no le temo a nada!
Tras otro día en el castillo bastante aburrido para Juan sin miedo, llegó la noche. Hizo como de costumbre una hoguera para calentarse y se tumbó a descansar. No había pasado demasiado tiempo cuando una ráfaga de aire caliente le despertó. Abrió los ojos y frente a él vio un temible dragón que lanzaba llamaradas por su enorme boca. Juan sin miedo se levantó y le lanzó una silla a la cabeza. El dragón aulló de forma lastimera y salió corriendo por donde había venido.
– ¡Qué pesadas estas criaturas de la noche! – pensó Juan sin miedo- No me dejan dormir en paz, con lo cansado que estoy.
Pasados los tres días con sus tres noches, el rey fue a comprobar que Juan seguía sano y salvo en el castillo. Cuando le vio tan tranquilo y sin un solo rasguño, le invitó a su palacio y le presentó a su preciosa hija. Esmeralda, cuando le vio, alabó su valentía y aceptó casarse con él. Juan se sintió feliz, aunque en el fondo, estaba un poco decepcionado.
– Majestad, le agradezco la oportunidad que me ha dado y sé que seré muy feliz con su hija, pero no he conseguido sentir ni pizca de miedo.
Una semana después, Juan y Esmeralda se casaron. La princesa sabía que su marido seguía con el anhelo de llegar a sentir miedo, así que una mañana, mientras dormía, derramó una jarra de agua helada sobre su cabeza. Juan pegó un alarido y se llevó un enorme susto.
– ¡Por fin conoces el miedo, querido! – dijo ella riendo a carcajadas.
– Si – dijo todavía temblando el pobre Juan- ¡Me he asustado de verdad! ¡Al fin he sentido el miedo! ¡Ja ja ja! Pero no digas nada a nadie…. ¡Será nuestro secreto!
La princesa Esmeralda jamás lo contó, así que el valeroso muchacho siguió siendo conocido en todo el reino como Juan sin miedo.
martes, 29 de junio de 2021
martes, 22 de junio de 2021
Un papá muy duro
Ramón era el tipo duro del colegio porque su papá era un tipo duro. Si alguien se atrevía a desobedecerle, se llevaba una buena.
Hasta que llegó Víctor. Nadie diría que Víctor o su padre tuvieran pinta de duros: eran delgaduchos y sin músculo. Pero eso dijo Víctor cuando Ramón fue a asustarle.
- Hola niño nuevo. Que sepas que aquí quien manda soy yo, que soy el tipo más duro.
- Puede que seas tú quien manda, pero aquí el tipo más duro soy yo.
Así fue como Víctor se ganó su primera paliza. La segunda llegó el día que Ramón quería robarle el bocadillo a una niña.
- Esta niña es amiga del tipo más duro del colegio, que soy yo, y no te dará su bocadillo - fue lo último que dijo Víctor antes de empezar a recibir golpes.
Y la tercera paliza llegó cuando fue él mismo quien no quiso darle el bocadillo.
- Los tipos duros como mi padre y yo no robamos ¿y tú quieres ser un tipo duro? - había sido su respuesta.
Víctor seguía llevándose golpes con frecuencia, pero nunca volvía la cara. Su valentía para defender a aquellos más débiles comenzó a impresionar al resto de compañeros, y pronto se convirtió en un niño admirado. Comenzó a ir siempre acompañado por muchos amigos, de forma que Ramón cada vez tenía menos oportunidades de pegar a Víctor o a otros niños, y cada vez menos niños tenían miedo de Ramón. Aparecieron nuevos niños y niñas valientes que copiaban la actitud de Víctor, y el patio del recreo se convirtió en un lugar mejor. Un día, a la salida, el gigantesco papá de Ramón le preguntó quién era Víctor.
- ¿Y este delgaducho es el tipo duro que hace que ya no seas quien manda en el patio? ¡Eres un inútil! ¡Te voy a dar yo para que te enteres de lo que es un tipo duro!
No era la primera vez que Ramón iba a recibir una paliza, pero sí la primera que estaba por allí el papá de Víctor para impedirla.
- Los tipos duros como nosotros no pegamos a los niños, ¿verdad? - dijo el papá de Víctor, poniéndose en medio. El papá de Ramón pensó en atizarle, pero observó que aquel hombrecillo delgado estaba muy seguro de lo que decía, y que varias familias estaban allí para ponerse de su lado. Además, después de todo, tenía razón, no parecía que pegar a los niños fuera propio de tipos duros.
Fue entonces cuando el papá de Ramón comprendió por qué Víctor decía que su padre era un tipo duro: estaba dispuesto a aguantar con valentía todo lo malo que le pudiera ocurrir por defender lo que era correcto. Él también quería ser así de duro, de modo que aquel día estuvieron charlando toda la tarde y se despidieron como amigos, habiendo aprendido que los tipos duros lo son sobre todo por dentro, porque de ahí surge su fuerza para aguantar y luchar contra las injusticias.
Y así, gracias a un chico que no parecía muy duro, Ramón y su papá, y muchos otros, terminaron por llenar el colegio de tipos duros, pero de los de verdad: esos capaces de aguantar lo que sea para defender lo que está bien.
miércoles, 9 de junio de 2021
Poemas cortos y fáciles para regalar a los padres en su día
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Las manos de papá – Mónica Tirabasso
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Día del Padre
El Día del Padre se celebra el 19 de marzo en los países de tradición católica europea por coincidir con el Día de San José, el padre de Jesús. Pero no en todos los lugares del mundo se homenajea a los padres en esta fecha.
Varios países europeos, como Francia o Reino Unido y la mayoría de países iberoamericanos, adoptaron la fecha estadounidense, por lo que actualmente festejan el Día del Padre el tercer domingo de junio. Estos países dejan para el 19 de marzo la celebración del Día Internacional del Hombre, tomando como ejemplo de hombre a San José. No obstante, la fecha del Día del Hombre se celebra internacionalmente en noviembre, y no en marzo.
Si hay una celebración que varía según el país, es la del Día del Padre. Dependerá del lugar en el que nos encontremos. Por ejemplo, en Rusia, el Día del Padre coincide con el Día de los Defensores de la Patria el 23 de febrero, mientras que en Libia, Jordania y Palestina coincide con el primer día del verano, el 21 de junio.
El origen del Día del Padre, ¿por qué se celebra?
La idea de crear el Día del Padre surgió en Estados Unidos, concretamente en 1910, cuando una mujer llamada Sonora Smart Dodd quiso rendir homenaje a su padre que había criado en solitario a ella y a sus cinco hermanos sin ayuda de nadie en una granja del estado de Washington. A Sonora se le ocurrió la idea mientras escuchaba un sermón sobre el Día de la Madre en la Iglesia. Propuso la fecha para el 5 de junio, que era el cumpleaños de su padre.
En 1924 llego la primera declaración oficial por parte del presidente Calvin Coolidge que apoyó la idea de establecer un día nacional del padre, aunque no fue hasta 1966 cuando llegó la declaración definitiva del presidente Lyndon Johnson, estableciendo la fecha para el tercer domingo de junio, para EEUU.
La celebración fue ganando adeptos y se expendió por todo el mundo, eso sí, con diferentes fechas y tradiciones. Lo realmente importante es que tengamos un día para homenajear a nuestros padres, decirles cuánto los queremos y lo importantes que son para la crianza de los hijos. Y lo ideal sería hacer extensivo este día a todos los días del año, porque los papás siempre van a estar a nuestro lado cuando les necesitemos.
En España es tradición el Día del Padre reunirse en familia con los padres, los abuelos, los bisabuelos, y darles algún presente que simbolice nuestro amor por ellos. En los colegios, los niños suelen hacer manualidades para regalar a papá.
¿Qué hacer para celebrar el Día del Padre?
Cualquier acto que le demuestre a tu padre que te acuerdas de él y que lo aprecias será más que suficiente para hacerlo feliz. Si estás lejos, una llamada, y si vives en la misma ciudad o a poca distancia, quizás puedas hacerle una visita e invitarlo a comer o hacer alguna actividad que os guste a todos.
Aunque seguramente se contentará con que vayas a visitarlo y le des un abrazo, también puedes regalarle algún detalle bonito, como una foto vuestra enmarcada, imanes de foto para la nevera, un libro, un disco o algo que le guste. A nadie le amarga un dulce.
Si no tienes la suerte de tener a tu padre porque partió hace tiempo o hace ya mucho, siempre podrás recordar los días de playa o de campo cuando eras pequeña o pequeño, los pequeños detalles del día a día, ver alguna foto, o videos y dar gracias por enseñarte todo lo que aprendiste de él.