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martes, 18 de mayo de 2021

La Tortuguita Valiente y el monstruo

Brevísimo cuento para superar las fobias y miedos irracionales
Después del naufragio de un barco, una tortuga aparece en una tierra desierta rodeada por mar por todos lados excepto uno, en el que hay una gran montaña escarpada. Para no morir de hambre, decide subir a la cumbre para ver si puede llegar al otro lado.

Al llegar a la cima, cubierta de nieve, con un frío terrible y una gran ventisca, comprueba que hay un pequeño camino custodiado por un gran monstruo que no para de gritar ¡uuh, uuh, uuh! La tortuga está medio muerta de miedo, y sólo quiere esconder la cabeza en su caparazón, pero al mirar alrededor ve un montón de animalitos que habían muerto congelados mirando con cara de horror al monstruo.

Así que supera su miedo, y se arma de valor para atravesar el caminito y enfrentarse al monstruo. Según cruza, éste se va deformando hasta convertirse en un montón de rocas con forma amenazante, y sus gritos resultan ser el viento soplando en una pequeña gruta.

La tortuga siguió avanzando y pudo cruzar la montaña y descender hasta un valle muy hermoso lleno de bosques y comida en el que fue muy feliz, y fue conocida en todas partes como la Tortuguita Valiente.

lunes, 17 de mayo de 2021

El sapo y el ratón

Cuento Sapo Raton

 Había una vez un sapo al que le encantaba tocar la flauta. Por las noches se subía a una piedra del campo y, bañado por la luz de la luna, arrancaba hermosas notas a su pequeño instrumento.

Allí cerquita vivía un ratón al que le molestaba mucho la música. Estaba tan harto, que una cálida noche de verano decidió poner fin a la situación. Fue en busca del sapo y le amenazó.

– ¡Oiga, señor sapo! No quiero parecerle maleducado, pero es que me aturde con esas melodías todas las noches ¡No consigo dormir! ¿Por qué no se va a otro sitio a tocar la flauta? –  dijo gruñendo y con gesto enfadado.

– ¡Usted es un envidioso! – respondió el sapo – ¡Ya le gustaría tocar tan bien como yo!

– ¡De envidia nada! – El ratón empezaba a enfadarse más de la cuenta – Yo no sé nada de música, pero tengo otras virtudes: corro rapidísimo y me muevo con mucha agilidad por todas partes, algo que usted, con esas patas tan cortas y la barriga tan inflada, no puede hacer.

Al sapo le pareció fatal lo que le dijo el ratón y  decidió darle un escarmiento.

– Así que se cree mejor que yo ¿eh?… Muy bien, pues si quiere hacemos una apuesta. Le reto a correr, pero para que sea más emocionante, lo haremos bajo tierra. Si gana usted, le entregaré mi flauta, pero si gano yo, tendrá que regalarme su casa, que según he oído por ahí, es bastante confortable.

El ratón se echó a reír pensando  que el sapo era un ser bastante tonto e inconsciente.

– ¡Acepto, acepto! Ganarle es pan comido y cuando tenga esa insoportable flauta en mi poder, la destrozaré hasta hacerla polvillo. Nos vemos mañana aquí, en cuanto salga el sol.

El sapo se despidió, volvió a su casa y le contó la historia a su mujer. Después, le explicó que había urdido un plan para ganar al insolente roedor.

– Te diré qué haremos, pero escucha con atención. El ratón y yo saldremos corriendo bajo tierra desde la roca hasta la meta, situada en el gran árbol que crece junto al trigal.

Tomó aire y continuó.

– Tú te esconderás en un agujero bajo el árbol y cuando veas que el ratón está llegando, sacarás la cabeza y gritarás “¡He ganado! Todos los sapos somos muy parecidos y el ratón no se dará cuenta de que, en realidad, eres tú y no yo quien estará en la meta.

– Está bien, querido. Así lo haré – respondió la señora sapo.

Al día siguiente, se reunieron en la roca el sapo y el ratón. Cuando sonó la señal de salida, ambos se metieron bajo tierra y empezaron a correr. Bueno, no exactamente… El ratón corrió y corrió a toda velocidad sin mirar atrás, mientras que el sapo simuló que avanzaba  un poquito pero en realidad regresó al punto de partida. Cuando el ratón estaba a punto de llegar al árbol, la señora sapo sacó la cabeza y gritó:

– ¡Ya estoy aquí! ¡He ganado!

Al ratón se le desencajó la cara ¿Cómo era posible que el sapo hubiera llegado antes?

– ¿Es usted mago o algo así? ¡Si no lo veo, no lo creo! Está bien: haremos una nueva carrera, esta vez el camino contrario, de aquí a la roca.

El sapo, que en realidad era la mujer, asintió con la cabeza. Se prepararon para salir, dieron la señal y el ratón puso todas sus ganas en llegar el primero. Se metió bajo tierra y corrió como un loco mientras la mujer del sapo se quedaba quieta sin que el ratón, con las prisas, se diera cuenta de que iba corriendo solo. Cuando faltaba muy poquito para llegar, oyó una voz proveniente de una cabeza que asomaba junto a la roca.

– ¡He vuelto a ganar! – gritó el sapo, a punto de reventar de felicidad porque había conseguido engañar al ratón – ¡Celebraré mi victoria tocando una melodía triunfal!

El sapo comenzó a tocar la flauta dando saltitos de alegría. El ratón se sintió furioso y humillado. La ira le reconcomía y encima tenía que soportar esa  insidiosa música que le sacaba de quicio. Pronto pasó de la rabia a la tristeza, pues el sapo se apresuró a reclamarle lo que le debía.

– He ganado la apuesta – comentó el batracio sacudiéndose la tierra de la panza – ¡Me quedo con tu casa!

El ratón tuvo que asumir que había perdido. Cabizbajo,  le dio las llaves y se alejó en busca de un nuevo hogar.  El exceso de confianza en sí mismo le había jugado una mala pasada. Se prometió que, a partir de entonces, sería más humilde y no despreciaría a aquellos que, en principio, parecen más débiles.


Cuentos cortos

lunes, 4 de febrero de 2019

Platero y yo

Platero y yo
¿Quién no ha oído hablar de Platero y yo? Esta obra del escritor Juan Ramón Jiménez cumplió recientemente 100 años, pues su primera edición data de 1914, por lo que se trata de un libro que ha acompañado a niños de varias generaciones. A propósito de este aniversario, la fundación que lleva por nombre el del escritor imprimió una edición especial del libro con el objetivo de repartirla gratuitamente en Huelva, donde nació este escritor.
Pero Platero y yo no es precisamente una obra escrita para niños, sino para cualquiera, pues sea cual sea su edad, todo el mundo puede disfrutar de su lectura. Digamos que es una obra para compartir en familia. Actualmente tener una vieja edición de este texto es como tener un tesoro, pues son libros con un gran valor, incluso en estos tiempos de libros digitales.
Platero y yo está constituida por 138 capítulos. Esta obra se ha convertido en un clásico y se ha traducido a muchísimos idiomas. Es la más conocida de su autor.
La afirmación de que no se trata de literatura infantil parte de que en este texto se encierran mensajes que no son precisamente para niños, pues evidentemente se trataba de crítica social. De hecho, el propio escritor aclaró el asunto en un prólogo a su obra. No obstante, Platero y yo ha trascendido como una obra infantil, y cuando estas cosas pasan los autores no pueden interferir demasiado.
Pero Platero y yo es solo un avance de una obra que pudo ser mucho más extensa, ya que su autor manifestó su intención de ampliarlo. Y efecto, se hizo pública la salida de una segunda entrega de la obra, pero esto nunca llegó a materializarse.

Momentos memorables de Platero y yo

Entre los momentos que más se recuerdan de este libro está la descripción que hace el narrador sobre Platero. Para quien no lo sabe, Platero es un burro, un burro peludo y blando, a quien el autor compara con el algodón. También llama la atención sobre la negrura de sus profundos ojos. Es tanta la ternura que siente por el burro que lo llega a comparar con una niña o con un niño.
El autor de este libro se recrea en las descripciones sobre el tierno animalito y lo hace con tanta dulzura que uno casi puede sentir hasta los colores del paisaje donde se desarrolla la historia.
Quien cuenta la historia de Platero y yo también nos enseña qué le gusta comer a Platero, que se derrite con el sabor de las frutas. Quien lea ese libro no sentirá menos que su alma enternecer porque a veces los seres humanos nos sentimos solos y traicionados por nuestros semejantes. Sin embargo el amor de una mascota se puede convertir en la mejor compañía. El amigo de Platero se ofende al leer en los diccionarios el término Asnografía y se molesta la manera en que a los hombres que se hacen el mal se les llama asno. Como él mismo dice, le hace justicia a Platero aunque este no lo sepa.
Este es un libro sobre la amistad, sobre el amor a la naturaleza y sobre todo sobre los valores de los seres humanos. Y es que en Platero y yo se expresan muchos de esos valores que los padres y las madres desean inculcar en sus hijos e hijas.
Aun con esta discrepancia en si se trata de un libro para niños o no, Platero y yo puede compararse con otros grandes libros escritos para este público como El principito, de Saint Exúpery o Corazón, de Edmundo de Amicis, por solo mencionar dos grandes clásicos. Todas estas son lecturas que enriquecen en el espíritu y contribuyen a formar mejores seres humanos.
Lo más importante es fomentar el hábito de lectura desde edades tempranas, pues ya eso de leer no es muy común en estos tiempos tan agitados. Platero y yo puede ser una buena forma de iniciarse en este hábito.

Cuento Platero y yo

Platero es un pequeño asno cuya piel se encuentra cubierta de un pelo tan suave como la seda, y tan abundante que parece que no tiene huesos. Sus ojos son tan oscuros como la noche y por eso transmite dureza en su mirada.
Es tan alegre y adora andar suelto por el prado. Las flores le transmiten paz y es tan bueno ver como las acaricia. Con su hocico delicadamente se acerca y las siente, no importa sin son rosas, gualdas, celestes o cualquier otra florecilla. Cada vez que digo “¿Platero?”, no duda en venir a mí, y siempre lo hace trotando de una forma, con sus cascabeles bien movidos, que parece que se está riendo.
Su apetito es único y es capaz de comer todo lo que yo le dé. Entre sus preferidas están las naranjas y las mandarinas, sin olvidarnos de las uvas moscatel, los higos morados y todas las de ámbar.
 Todos lo que no lo conocen les parece muy tierno al igual que los niños aunque en realidad es muy fuerte y duro por dentro, tanto como una piedra. Llama la atención de todos, y aún más los domingos cuando paseamos. Este día yo ando sobre por todo el pueblo y los campesinos nos miran fijamente.
Al leer un diccionario Asnografía pude ver cómo, irónicamente, se dice la descripción del asno. Al ver aquella situación me sentí muy mal pues es tan bueno Platero. ¡No merece que lo describan así!
Cuando nos referimos a ti y se pretende describirte, ¿por qué tratarte así irónicamente?, ¿por qué acudir a describirte como si estuviésemos en un cuento? Al hombre bueno se le dice asno y al asno malo se le llama por hombre, entonces tú que eres amigo de todos tanto del viejo como de los niños, de las mariposas, del perro, del arroyo, del sol y la luna; que eres tan simpático, sabio, sensible, calmado y pensativo, Marcos Aurelio de los prados.
Sé que platero es capaz de comprender cada una de las palabras que digo. Sus negros ojos me miran sin pestañar, demostrando la firmeza de su mirada. Mientras me observa algunos pequeños rayitos sol iluminan esos oscuros azabaches que tiene como ojos reflejando un color verdinegro. ¡Como quisiera que su gran cabeza llena de pelos fuese capaz de ver cómo yo trato de revertir lo que esos malvados hombres ponen en los diccionarios!
Cuando he terminado de leer este irónico significado, al margen del libro escribí, Asnografía, sentido figurado y lo que hace es describir a todos los tontos que escriben diccionarios.
¡Platero he venido de estar con tu muerte! Todo permanece del mismo modo. Estas vivo, estas aquí a mi lado. He venido solo pues aquellos que eran niños han crecido, ahora son hombres y mujeres. La ruina no nos afectara, no caerá sobre nosotros semejante desdicha, hemos afrontado lo malo y aún estamos de pie y tenemos en nuestro poder la mejor de todas las riquezas, nuestros corazones.
Mi corazón para mi es suficiente, es lo más grande que puedo tener, quisiera saber si para ellos el suyo también lo es. Si sus pensamientos se parecieran a los míos, aunque mejor no y así se evitarían conservar en su memoria la tristeza que llevo como consecuencia de mis actos infames, de insolencia y de mis descortesías.
Eres tú mi bien, mi confidente, solo tú conoces cosas que nadie se imagina. ¡Qué felicidad hablar contigo! Pondré en su lugar cada uno de mis actos dejando como presente toda la vida y que el pasado sea tan pequeño como una florecilla y permanezca en el recuerdo, calmado en la sombra y con una suave fragancia.
Te digo Platero que, tú permaneces en el pasado, pero para ti que significa el pasado, si tú vives en lo eterno, y al igual que yo en tu mano sostienes el sol de cada amanecer igual que como crece el corazón de Dios eterno.
Chiquipedia

viernes, 16 de diciembre de 2016

El cocinero de Nochebuena

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Ésta es la historia de un cocinero que debía preparar una sabrosa cena de Nochebuena. Había trabajado tanto durante los meses precedentes que se vio abandonado por la inspiración, precisamente en la época más importante del año. Pasaba el día pensando e ideando menús navideños, sin que ninguno de ellos lograra satisfacerle. Así llegó la víspera de Navidad y él seguía huérfano de ideas. 

Tan cansado estaba que le pudo el sueño y se quedó dormido sobre la mesa de la cocina, rodeado de libros y cuadernos de recetas. Se vio convertido en un orondo Papá Noel con su abultado saco al hombro, y viajando a bordo de un bello trineo que se deslizaba silencioso por la nieve al son de un dulce tintineo de campanillas. Desconocía el lugar al que se dirigía, pero intuía que el trineo conocía su destino. Porque debo decir que el vehículo que le transportaba no era tirado por ciervos ni por renos, sino que únicamente se desplazaba guiado por una fuerza invisible. 

Una vez finalizado el viaje, el trineo se detuvo ante una rústica casita en el bosque, de cuya chimenea escapaba un inmaculado y cálido humo blanco. Llamó a la puerta y ésta se abrió al instante, sin que nadie apareciera tras ella. Entró en la casa y halló un bello salón decorado con toques navideños que provocó en él una profunda y hogareña sensación. Un pequeño abeto le hacía guiños junto a la chimenea encendida, cuyos troncos crepitaban e iluminaban la estancia con sus llamas, y de la que colgaban unos calcetines de bellos colores, esperando ser llenados de regalos. En el centro de la estancia, una acogedora mesa, bellamente dispuesta y con las velas encendidas, esperaba ser cubierta de manjares. No había nadie a su alrededor, y sin embargo se sentía acompañado por presencias invisibles que él percibía, aún sin verlas. Depositó el saco en el suelo y se dispuso a abrirlo. Desconocía lo que podía albergar y por un momento sintió que su corazón latía con más fuerza. Se sentó en una mullida butaca junto a la chimenea y con manos temblorosas empezó a extraer el contenido. 

Lo primero que apareció fue una bella sopera con una reconfortante Sopa de Crema, hecha con una gallina entera, aderezada con unos diminutos dados de su pechuga. Levantó la tapa y una oleada de vapor repleto de aromas empañó sus gafas. Después, un dorado y casi líquido Queso Camembert hecho al horno, con aromas de ajo y vino blanco, acompañado de un crujiente pan hizo que su boca se llenara de agua. Hundió la nariz en él y lo depositó sobre la mesa. Su tercer hallazgo fue una Pierna de Cerdo rellena con ciruelas pasas y beicon ahumado que venía acompañada de un sin fin de guarniciones, a cual más apetitosas: cremoso puré de patata aromatizado con aceite de ajo y con mostaza, salsas agridulces y chutneys irresistibles, compota de manzana con vinagre y miel... ¡de ensueño! Dispuso la inmensa fuente en el centro de la mesa y aspiró los intensos aromas que aquella sinfonía de contrastes culinarios le ofrecía. En un rincón del salón, reparó en una mesita auxiliar dispuesta para los postres y allí colocó un crujiente Strudel de Manzana y nueces y una espectacular Anguila de Mazapán, una dulcera de cristal que albergaba una deliciosa Compota de Navidad al Oporto y un insólito Helado de Polvorones. Apenas podía creer lo que estaba sucediendo, se sentía embargado por la emoción. El menú tocaba a su fin y comprendió que era hora de abandonar aquella cálida casita, para dejar que sus moradores disfrutaran en la intimidad de las exquisitas viandas que había traído en su saco. Pensó que los manjares se enfriarían si no lo hacía pronto, pero comprendió que el calor, material y espiritual, que invadía todos y cada uno de los rincones de la estancia se encargaría de mantenerlos a la temperatura adecuada. 

Como toque final a su visita, llenó los calcetines de la chimenea con figuritas de mazapán, polvorones y turrones, que sin duda harían las delicias de los niños... y de los menos niños. Le despertó el borboteo de un caldo que había dejado en el fuego y que amenazaba con desbordar el puchero. Era ya de madrugada, pero aún tenía tiempo de ponerse manos a la obra y elaborar el menú de la casita del bosque. La fuerza invisible que guiaba el trineo no era otra cosa que el amor que el cocinero sentía por el mundo de la cocina.
Navidad

Los duendes de la Navidad


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Eglantina estaba cansada de que cada navidad la enviaran a ese orfanato. Cuando al día siguiente se reunían los duendes en la cueva de Raedself, donde vivían como una gran familia, todos contaban divertidas y disparatadas historias que les habían ocurrido en las casas que les había tocado visitar. Pero Egladina era invadida por una tristeza profunda y se quedaba en silencio.
Así había sido año tras año. Todos los duendes volvían satisfechos por haber cumplido, una vez más, con su misión. Todos, menos Eglantina. Para ella las navidades eran siempre iguales: llegaba al orfanato y decenas de chiquillas y chiquillos la rodeaban. Entonces, como lo exigía la tradición, ella les preguntaba cómo había sido el año. Y ellos pasaban a narrarle con lujo de detalle toda clase de historias sobrecogedoras. Después, Eglantina les entregaba regalos especiales para cada uno de ellos, teniendo en cuenta lo que a cada uno le gustaba. Y concluía marchándose con una pena muy onda abrazando su diminuto corazón.
El día después de la navidad los niños del orfanato lo pasaban jugueteando y riendo como nunca, apreciando con estremecimiento todos los regalos. Para Eglantina el día siguiente era una verdadera tortura; no podía explicarse cómo había gente que sufría tanto y que, aún así, era capaz de poner una sonrisa en su rostro y seguir adelante. Pero posiblemente lo que más daño le causaba era pensar que al año siguiente nuevamente tendría que ir a ese lugar, encontrarse con esas suaves vocecitas y no poder hacer nada por ellos, más que entregarles unos cuantos regalos que no terminarían, sin embargo, con su desamparo.
Ese año consiguió llegar a un acuerdo con Laila: Eglantina iría a la casa que siempre había visitado Laila (de una familia normal y corriente) y Laila visitaría a los niños del orfanato.
Eglantina estaba muy contenta. ¡Finalmente podría regresar con una historia divertida y pasaría una preciosa navidad junto a sus amigos los duendes!
Al día siguiente de la noche buena todos los duendes contaron sus andanzas. Cuando le llegó su turno, Eglantina dijo que había sido la navidad más triste de su vida. Primero: los niños no habían sido capaces de dedicarle más que unos pocos minutos, solo querían saber qué había dentro de los envoltorios. Segundo: sus padres habían comprado cientos de regalos y, a su lado, los de Eglantina eran insignificantes. Y tercero: se sintió terriblemente sola porque ninguno de esos niños se parecía a sus amiguitos del orfanato, y echó de menos a todos y cada uno de ellos.
Laila, por su parte, dijo que la suya había sido una hermosa navidad. Los niños del orfanato la habían recibido con enormes sonrisas y la habían escuchado con suma atención.
Eglantina se quedó mirándola estupefacta y le preguntó cómo podía sentirse bien si todos esos niños tenían historias terribles. Le preguntó:
—¿No te hace daño pensar que no puedes nacer nada por cambiar aquello?
Laila la observó fijamente y le dijo:
—Sí, pero ya lo has dicho: no hay nada que podamos hacer por cambiarles el pasado. Nuestro deber es ofrecerles una navidad agradable y divertida. Debemos sentirnos felices de tener esta oportunidad.
Entonces, Eglantina lo comprendió todo. Y a partir de ese año esperó con ansiedad el día de nochebuena para visitar a sus amiguitos del orfanato y sazonar con caricias y risas sus tristes realidades.

jueves, 19 de febrero de 2015

El soldadito de plomo


Erase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes.
Los guardaba todos en su habitación y, durante el día,
pasaba horas y horas felices jugando con ellos.

Uno de sus juegos preferidos
era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo.
Los ponía enfrente unos de otros,
y daba comienzo a la batalla.
Cuando se los regalaron,
se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna
a causa de un defecto de fundición.

No obstante, mientras jugaba,
colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea,
delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido.
Pero el niño no sabía que sus juguetes
durante la noche cobraban vida
y hablaban entre ellos, y a veces,
al colocar ordenadamente a los soldados,
metía por descuido el soldadito mutilado
entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito
pudo conocer a una gentil bailarina,
también de plomo.
Entre los dos se estableció una corriente de simpatía
y, poco a poco, casi sin darse cuenta,
el soldadito se enamoró de ella.
Las noches se sucedían deprisa, una tras otra,
y el soldadito enamorado
no encontraba nunca el momento oportuno
para declararle su amor.
Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados
durante una batalla,
anhelaba que la bailarina
se diera cuenta de su valor por la noche ,
cuando ella le decía si había pasado miedo,
él le respondía con vehemencia que no.

Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito
no pasaron inadvertidos por el diablejo
que estaba encerrado en una caja de sorpresas.
Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche,
un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló.
-¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!
El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:
-No le hagas caso, es un envidioso.
Yo estoy muy contenta de hablar contigo.
Y lo dijo ruborizándose.

¡Pobres estatuillas de plomo,
tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!

Pero un día fueron separados,
cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo,
porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!-

El niño colocó luego a los demás soldaditos
encima de una mesa para jugar.

Pasaban los días y el soldadito de plomo
no era relevado de su puesto de guardia.
Una tarde estalló de improviso una tormenta,
y un fuerte viento sacudió la ventana,
golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío.
Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo,
la bayoneta del fusil se clavó en el suelo.
El viento y la lluvia persistían.
¡Una borrasca de verdad!
El agua, que caía a cántaros,
pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos
que se escapaban por las alcantarillas.
Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara,
cobijados en la puerta de una escuela cercana.
Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo
en dirección a sus casas,
evitando meter los pies en los charcos más grandes.
Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas
que se escurrían de los tejados,
caminando muy pegados a las paredes de los edificios.

Fue así como vieron al soldadito de plomo
clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna!
Si no, me lo hubiera llevado a casa -dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -
dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo,
el cual transportaba una barquita de papel
que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!-
dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo
se convirtió en un navegante.
El agua vertiginosa del riachuelo
era engullida por la alcantarilla
que se tragó también a la barquita.
En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.

Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban,
vieron como pasaba por delante de ellas
el insólito marinero encima de la barquita zozobrante.
¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo,
a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!

La alcantarilla desembocaba en el río,
y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio
empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo
creyó que su fin estaba próximo
al hundirse en las profundidades del agua.
Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente,
pero sobre todo, había uno que le angustiaba
más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina...

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino.
El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez,
que se abalanzó vorazmente sobre él atraído
por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse
con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red
que un pescador había tendido en el río.
Poco después acabó agonizando en una cesta
de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él.
Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito,
se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado
para los invitados de esta noche -
dijo la mujer contemplando el pescado
expuesto encima de un mostrador.

El pez acabó en la cocina
y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo,
se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de...! -
gritó, y fue en busca del niño para contarle
dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo
al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño
al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez!
¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado
desde que cayó de la ventana!-
Y lo colocó en la repisa de la chimenea
donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados.
Felices de estar otra vez juntos,
durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.

Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa:
un vendaval levantó la cortina de la ventana y,
golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.

El soldadito de plomo, asustado,
vio como su compañera caía.
Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor.
Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego
que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros!
Balanceándose con su única pierna,
trató de mover el pedestal que lo sostenía.
Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego.
Unidos esta vez por la desgracia,
volvieron a estar cerca el uno del otro,
tan cerca que el plomo por las llamas, empezó a fundirse.

El plomo de la pierna de uno se mezcló con el del otro,
y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.

A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse,
cuando acertó a pasar por allí el niño.
Al ver a las dos estatuillas entre las llamas,
las empujó con el pie lejos del fuego.
Desde entonces, el soldadito y la bailarina
estuvieron siempre juntos,
tal y como el destino los había unido:
En forma de corazón.

Cuento: El búho gafitas

Asomaba la cabecita desde su casa en el tronco del árbol un búho con una carita muy divertida llamado Isidor.
Isidor trabajaba durante la noche dando las horas como si fuera un reloj para que los animalitos del bosque supieran qué hora era a cada momento.
Su gran ilusión era salir de su casa durante el día, pero sus ojitos no veían bien y tenía que conformarse con salir únicamente de noche, y abrir sus grandes ojazos que brillaban en la oscuridad.
  • Siempre me dicen que soy afortunado por tener esos ojos tan grandotes. –decía el búho.- pero no saben que, aunque son tan llamativos, no veo las cosas tan claras y lindas como la gente las ve.
Isidor salía durante la mañana pero a pocos metros se caía, y siempre decía:
  • ¡Otro tropezón, otro tropezón! Pero no me importa, sólo quiero ver el sol.
border: 0px; color: #373737; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 24.375px; margin-bottom: 1.625em; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;"> Cierto día, cansado de tropezarse y nunca poder disfrutar del sol, decidió llamar a su amiga Felisa, la ardilla, que vivía en un árbol cerca del suyo.
  • ¡Felisa, Felisa! Ven un momento, por favor. Tengo un problema y, como tú eres tan inteligente, tal vez puedas ayudarme.
  • ¿Qué te ocurre búho? –preguntó Felisa.
  • ¡Tengo tantas ganas de salir de día! Quiero ver a los animalitos que juegan durante la mañana y ver el lindo color del cielo cuando sale el sol, pero la luz lastima mis ojos y no me deja ver bien.
  • Mmm… ¡Tengo la solución! Acompáñame. –exclamó la ardilla.
Caminaron hasta llegar a la madriguera del conejo oculista. Isidor le contó su problema y el conejo le recetó unos anteojos especiales para ver de día.
¡Qué contento estaba el búho con sus nuevos anteojos! Tan contento estaba que decidió esa misma tarde salir a lucirlos por todo el bosque: sus amigos lo miraban asombrados. ¡Qué bien luce el búho!
Y así fueron pasando los días. Tanto, tanto le gustaba salir de día que cuando llegaba la noche se quedaba dormido y no podía realizar su trabajo, ya no daba las horas y sus amigos se empezaron a preocupar.
Su amiga recibía todas las quejas de los animalitos del bosque y se dispuso a charlar con el búho, le explicó que debía utilizar mejor su tiempo, de tal manera que si dormía un ratito a la mañana luego podría disfrutar de la tarde en el bosque y a la noche no se dormiría.
A Isidor le pareció justo, y desde ese día ya no descuidó su trabajo de noche y se disfrutó mucho más sus tardes por el bosque.
http://micorazondetiza.com/cuentos/el-buho-gafitas#.VHzneGffrl8

sábado, 21 de abril de 2012

Cuentos en PICTOGRAMAS

 

En esta web se nos ofrecen cuentos de siempre con pictogramas que sustituyen a las palabras, nos puede dar una buena idea para trabajar con los más mayorcitos que ya saben casi leer de corrido.

Pincha en la imagen.

viernes, 6 de abril de 2012

El caracol SERAFIN ONCE


Este es el cuento de Serafin el caracol. Primero elegimos el idioma deseado y después: contar el cuento entero, contar el cuento por capítulos, elegir mascota, juegos...

Pincha en la imagen.

PARA MI NIETO ERIC CON CARIÑO

Un acto de magia

Bambi y Tambor

Bambi y Tambor

¡Hola amigo y amiga! :


HAZ CLICK CON EL MOUSE Y AQUÌ ENCONTRARÀS DIFERENTES DIBUJOS PARA IMPRIMIR Y COLOREAR.Dibujos para colorear

Números y colores con letra...

tabla del 2 en inglés

Tabla del 3 en inglés

TABLA DEL 4 EN INGLÉS

TABLA DEL 6 EN INGLÉS

Tabla del 8 en inglés

Encierra al gato

Ve cliqueando los círculos más claros, que se pondrán más oscuros. • El objetivo es cercar al gato y no dejarlo salir. Para empezar, hacer click en cualquier lugar del dibujo de abajo ¡ Buena suerte y mucha atención!

"EL TESORO DEL SABER"

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