Érase una vez un bonito pueblo en medio de un frondoso y colorido bosque habitado por unos alegres animales.
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Cada año, con la caída de las primeras nieves y la llegada de las estrellas
de luz, se reunían en torno al Gran Árbol para preparar la Navidad y conoce r una de las noticias más esperadas de la temporada: el nombre del ganador del concurso de teatro, que se encargaría de dirigir la función de Nochebuena.
En aquella época, todas las actividades que realizaban tenían como objetivo
la convivencia, el fomento de la amistad y la diversión. La exhibición de cocina, organizada por la Señora Ardilla, hacía las delicias de los más comilones, pues los platos presentados eran degustados al finalizar la competición. Los más pequeños participaban en la tradicional Carrera de Hielo, que tenía lugar en el lago helado y acudían cada tarde a los ensayos de la Señorita Ciervo, la directora del coro que alegraba con sus villancicos todos los rincones del bosque. Y, por supuesto, estaba la mejor noche de todas: la Nochebuena, en la que se representaba la obra ganadora, que seimpre tenía como tema central la amistad.
Cada año, el Señor Búho, como director de la escuela de teatro, seleccionaba
una pieza de entre todas las que enviaban los animales aspirantes a ser los elegidos para llenar de paz los corazones de los habitantes del bosque, pero ese año…
–Bienvenidos todos a la reunión preparatoria de la Navidad –dijo el Señor Búho
posado en la rama más robusta del Gran Árbol. Este año, la elección de la obra ha estado muy reñida porque todas las propuestas eran de gran calidad, pero había que elegir un ganador. Así que sin más dilación demos un aplauso al Sr. Conejo, autor de la obra Salvemos el bosque, que podremos ver en Nochebuena.
–Gracias, gracias, es un honor para mí –exclamaba Conejo entre vítores y aplausos.
–Bien, pues ya sabéis que mañana a las diez darán comienzo las pruebas de selección
de actores. Rogamos puntualidad a los interesados –concluyó el Sr. Búho.
Al día siguiente, a la hora convenida, había una considerable cola a la entrada del
teatro. Al ser un musical, las pruebas se centraron en las habilidades de canto y baile, pues eran requisitos imprescindibles. La obra contaba la trama de un guardabosque que debía salvar la flora de un malvado leñador, obsesionado con cortar un árbol milenario y arrasar todo lo que se pusiera en su camino. En su lucha por preservar el entorno natural, el guardabosque contaba con la inestimable ayuda de sus fieles amigas, un girasol y un lirio que ponían su astucia al servicio de la noble causa.
Tras varias horas, los papeles quedaron repartidos de la siguiente manera:
el Sr.Oso haría de guardabosque, Castor sería el vil leñador, la Sra. Pata representaría al girasol y la Sra. Lince, al lirio.
Al principio todo marchaba estupendamente, los actores estaban contentos
con sus papeles y trabajaban duro para perfeccionar sus actuaciones, dejándose la piel en escena, hasta que hizo su aparición el peor y más temido de los fantasmas: la envidia.
–No sé Conejo, creo que Castor tendría que tener un poco más de protagonismo.
El papel del leñador está lleno de matices y podríamos crear unos espectaculares efectos especiales que dejarían al público boquiabierto –dijo el Sr. Búho en uno de los ensayos.
–Sí Búho, puede que tengas razón y deba retocar el texto para darle más peso a
Castor y proyectar toda la fuerza del personaje. Podemos hacer un juego de luces y sombras cada vez que aparezca y realzar su papel.
Ante estas palabras Castor se puso muy contento, pues estaba muy ilusionado
con la obra, pero Oso no lo vio con los mismos ojos. Si a Castor le daban más protagonismo, eso significaba que él dejaría de ser el protagonista absoluto y eso no le gustó nada. Es más, pensó que Búho y Castor lo estaban haciendo a propósito.
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