María salía por las noches para conversar con su amiga. Aunque más que conversar, María la escuchaba mientras ella le contaba cosas del pasado, cosas del presente, cosas del futuro. ¡Su amiga sabía tanto!
—Es una de las ventajas de ser eterna; desde tu punto de vista, claro —Se burlaba un poco de María mientras la miraba con dulzura. Pero María no rechistaba y solo podía mirarla embobada. Era tan bonita, era tan perfecta.
—Es una de las ventajas de ser eterna; desde tu punto de vista, claro —Se burlaba un poco de María mientras la miraba con dulzura. Pero María no rechistaba y solo podía mirarla embobada. Era tan bonita, era tan perfecta.
María encontró a su amiga en una de las muchas noches en que salía de expedición por los campos que rodeaban la casa. Esa noche, María estaba en cuclillas mirando como un caracol cruzaba el camino. Pensaba en lo valiente que era el caracol y lo esforzado que se le veía arrastrando su casita. Le daban ganas de cogerlo y dejarlo al otro lado.
—Tal vez así te ayude un poco a llegar a tu destino —Pensaba toda seria.
Estaba muy concentrada pensando si era lícito o no ayudar al caracol. Si debía prestarle un poco de ayuda llevándole al otro lado del camino.
—Para mí no es ningún esfuerzo —Se decía— Pero… ¿Debes ser tú el único merecedor de todo el esfuerzo? Entonces no debería ayudarte —Se replicaba María a sí misma.
Y mientras se debatía ante el dilema oyó una voz sobre su cabeza que le dijo:
— ¿Por qué no le preguntas al caracol?
María ni siquiera se giró, la sentencia era tan evidente. Esa era la respuesta. Simplemente genial: “Preguntarle al caracol”.
Estaba muy concentrada pensando si era lícito o no ayudar al caracol. Si debía prestarle un poco de ayuda llevándole al otro lado del camino.
—Para mí no es ningún esfuerzo —Se decía— Pero… ¿Debes ser tú el único merecedor de todo el esfuerzo? Entonces no debería ayudarte —Se replicaba María a sí misma.
Y mientras se debatía ante el dilema oyó una voz sobre su cabeza que le dijo:
— ¿Por qué no le preguntas al caracol?
María ni siquiera se giró, la sentencia era tan evidente. Esa era la respuesta. Simplemente genial: “Preguntarle al caracol”.
María se levantó, rodeo al caracol y volvió a ponerse en cuclillas; esta vez frente a él.
—Caracol —le dijo— ¿Quieres que te lleve al otro lado del camino?
El caracol detuvo su lenta marcha y apuntando a María con sus dos ojos levantó y bajó un par de veces su cabeza en un gesto claramente afirmativo. María, entonces, sujetó al caracol por la concha, lo puso sobre la palma de su mano y con mucho cuidado lo llevo al otro lado del camino para que, tan valiente y esforzado como antes, retomase su camino.
—Caracol —le dijo— ¿Quieres que te lleve al otro lado del camino?
El caracol detuvo su lenta marcha y apuntando a María con sus dos ojos levantó y bajó un par de veces su cabeza en un gesto claramente afirmativo. María, entonces, sujetó al caracol por la concha, lo puso sobre la palma de su mano y con mucho cuidado lo llevo al otro lado del camino para que, tan valiente y esforzado como antes, retomase su camino.
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