En aquel jardín había un árbol cargado de manzanas color sangre tan buenas, que el rey había lanzado una maldición contra cualquiera que intentase robarlas:
– ¡Quien toque mis manzanas se hundirá bajo tierra a una profundidad de cientos de brazas!
Por eso nadie se atrevía a arrancar ningún fruto del árbol, ni siquiera las princesas, que iban todos los días a ver si el viento había hecho caer alguna al suelo. Pero aunque las ramas estaban tan cargadas que se doblaban hasta el suelo, nunca encontraran ninguna.
Al final la hermana mayor dijo:
-Estoy segura de que la maldición no vale para nosotras. ¡Nuestro padre nos quiere demasiado!
Después arrancó una gran manzana, le dio un mordisco y levantó los ojos al cielo, diciendo:
-¡Está requetebuena! Nunca había comido nada mejor. Probadla también vosotras.
Las hermana mordieron la manzana, una por una parte y otra por la otra, y entonces las tres se hundieron en la tierra cientos y cientos de metros sin que nadie se diera cuenta.
A la hora de la cena, el rey empezó a buscarlas en cada esquina del palacio, pero nada, no encontró a las princesas. Entonces las buscó en el jardín, luego en la ciudad, y después por toda la comarca, pero no hubo nada que hacer.
El rey, desesperado, anunció que entregaría como esposa a una de las hijas a quien las encontrará, pero nadie lo consiguió.¿ Quién habría imaginado que la tierra las había engullido?
Al cabo de un tiempo, los jóvenes que habían partido en su busca regresaron a casa y sólotres hermanos cazadores siguieron rastreando el bosque y la llanura, dicididos a no darse por vencidos.
Caminando, caminando, una noche llegaron a un castillo que pareció deshabitado, aunque la chimenea estaba encendida y la mesa puesta. Así pues, los cazadores, que tenían mucha hambre, entraron, se sentaron a comer, y luego se fueron a dormir entre sábanas de seda, diciendo:
-¡Aquí se está muy a gusto! Podriamos quedarnos y ver si por casualidad las princesas están cerca de aquí.
Decidieron hacerlo así y a la mañana siguiente el hermano mayor se quedó haciendo la comida, mientras los otros dos iban a dar un paseo.
Estaba removiendo la sopa y dando vueltas al asado cuendo un hombrecillo con chaqueta verde y nariz roja aparecióde no se sabe dónde.
-¿ Podrías darme un poco de pan, jovencito?- preguntó el hombrecillo, y el cazador le dio una buena rebanada.
Sin embargo, el hombrecillo la tiró al suelo y luego dijo:
– Soy tan viejo que no puedo agacharme. Recógemela tú.
Cuando se apachó, el gnomo ( porque se trataba de un gnomo y además de los malos) le agarro de los pelos y le pegó hasta más no poder, dejándole más muerto que vivo.
Cuando los hermanos volvieron, el joven no dijo nada: ¡se avergonzaba de que hubiera podido con él un hombre muchísimo más bajito! Y además quería ver cómo se las arreglarían los otros cuando el hombrecillo regresara.
Al día siguiente se quedó en casa el hermano mediano y las cosas sucedieron del mismo modo: el gnomo le pidío un trozo de pan, lo tiró al suelo y después, cuando el muchacho se agachó, le dio tantos golpes que perdió el conocimiento.
Pero el hermano mediano tampoco contó nada, Ahora le tocaba al más pequeño y quería ver cómo le iban las cosas.
Sin embargo, el hermano menor era diferente de los otros dos, y cuando el gnomo le pidío que le recogiera el pan, le respondió que no.¡Aquel tipo tan feo no le gustaba nada y no tenía ganas de hacerle ningún favor.!
El hombrecillo se enfadó muchísimo y empezó a armar barullo, así que el muchacho le agarró de los pelos y le dio tantos golpes como habían recibido sus dos hermanos juntos.
Entonces el gnómo empezó a chillar:
-¡Basta, basta! ¡Déjame y te diré donde están las princesas!
-¡Ahora sí que empezamos a entendernos!- dijo el hermano menor; y el gnomo le enseñó un pozo muy profundo en el patio del castillo. Las princesas estaban precisamente en el fondo y para encontrarlas, había que bajar en una cesta atada a una cuerda llevando consigo un buen cuchillo.
-Pero ten cuidado, por que tus hermanos no te quieren e intentarán gastarte alguna broma pesada- dijo el hombrecillo, y desapareció girando sobre sí mismo como una peonza.
Cuando volvieron los dos hermanos mayores convencidos de que lo iban a encontrar hecho polvo y lleno de moratones, el joven les contó qué había sucedido y fueron corriendo a recoger todo lo que había falta para bajar al pozo. Luego dijeron:
Tu tienes que bajar primero ya que eres el que menos pesa.
Entonces el hermano menor bajó y encontró uan puerta cerrada de la que procedía un gran ruido, como si hubiera alguien roncando. Echó una ojeada por el agujero de la cerradura y vio un dragón profundamente dormido con sus nueve cabezas posadas sobre las rodillas de una princesa que le estaba despiojando.
El joven cazador entró de puntillas y con su cuchillo cortó las cabezas de un tajo, haciéndolas rodar por el suelo. Entonces la princesa le abrazó y le besó, y luego le regaló su collar de oro rojo, que valía nueve reinos, diciendo:
– Ahora teines que liberar a mis hermanas.
De hecho, en la habitación había otra puerta, y detrás de ésta un dragón durmiendo, con sus siete cabezas posadas sobre las rodillas de una princesa que le estaba despiojando. El cazador también las cortó y como recompensa recibió un collar de oro amarillo que valía site reinos.
Después abrió la última puerta y encontró un dragón de tres cabezas y una princesa que le estaba despiojando. En cuanto las cabezas rodaron, le regaló un collar de oro blanco que valía tres reinos.
Ahora sólo quedaba salir del pozo, así que las tres princesas se metieron una por una en la cesta y las subieron. Pero cuando llegó su turno, el cazador recordó que el gnomo le había dicho que tuviera cuidado, así que en vez de meterse en la cesta, metió un pesado predusco. E hizo, bien, porque a mitad de camino los hermanos cortaron la cuerda y la piedra se rompió en pedazos al chocar contra el fondo del pozo.
“¡Mira cómo habría terminado si no hubiera hecho caso al hombrecillo!”, pensó el hermano menor, y empezó a rebuscar en las tres habitaciones para hallar un modo de salir de allí.
A pesar de que registró todo bien, no encontró nada. Al final, desesperado, se sentó con la cabeza entre las manos. Entonces vio en el suelo una flauta de sauce tan pequeña que no parecía hecha para un hombre.
Vencido por la curiosidad, el muchacho sopló dentro como si fuera un silbato.
Fue suficiente una sola nota para que la habitación se llenara de gnomos. Había miles y miles, y seguían llegando más.
-¿Qué quieres?- preguntaron-.¡Estamos a tus ordenes!
– Llevadme inmediatamente al palacio real!-dijo el cazador, y un instante después estaba en el salón del trono.
Allí estaban sus hermanos, vestidos con gran pompa, a punto de casarse con dos de las princesas. La más pequeña les sujetaba la cola del vestido. Los cazadores las habían amenazado con matarlas a las tres si no decían que las habían liberado ellos, así que las pobrecillas habían jurado que nunca jamás contarían lo que había sucedido realmente.
Pero el hermano pequeño sí que contó toda la historia y mostró como prueba los tres collares, así que el rey preguntó a sus hijas si estaba diciendo la verdad.
– No podemos decírselo a nadie, lo hemos jurado-dijeron ellas.
Entonces el padre respondió:
– Si no queréis decírmelo a mí, decírselo a menos a la estufa.
Luego se escondió detrás de la puerta y se quedó escuchando mientras ellas le contaban todo a la estufa apagada. Cuando las princesas dijeron que los hermanos mayores habían cortado la cuerda para que la cesta se chocara contra el fondo del pozo, salió de su escondite y ordenó:
-¡ Ahorcad a esos dos cazadores y que el tercero tome por esposa a la más joven de las princesas!
Así termina el cuento, con todos sonrientess, menos yo, que para contarlo me he quedado sin lengua no dientes.
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