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lunes, 29 de agosto de 2016

Ejercicios con multiplicación

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Biografía de Josefa Ortiz de Domínguez

(Valladolid, hoy Morelia, México, 1768 - Ciudad de México, 1829) Patriota y heroína de la independencia de México, conocida también por el apodo de «la Corregidora de Querétaro». El levantamiento liderado por el sacerdote Miguel Hidalgo en 1810, que puso en marcha el proceso que conduciría, once años después, a la independencia de México, se había fraguado en la llamada conspiración de Querétaro, cuyos miembros se reunían en la casa de Josefa Ortiz y su esposo Miguel Domínguez, corregidor de la ciudad. A riesgo de ser descubierta y capturada, como efectivamente ocurrió, Josefa Ortiz de Domínguez logró hacer llegar al cura Hidalgo y a otros conspiradores la noticia de que sus planes habían sido descubiertos; sin su aviso, el alzamiento nunca hubiera llegado a producirse.
 Biografía
Nacida en el seno de una familia de españoles de clase media, Josefa Ortiz de Domínguez fue bautizada el 16 de septiembre de 1768 con los nombres de María de la Natividad Josefa. Su padre, Juan José Ortiz, fue capitán del regimiento de los morados y murió en acción de guerra cuando ella contaba pocos años de edad. Tras la muerte de su madre, María Manuela Girón, se hizo cargo de su educación su hermana María, la cual solicitó su ingreso en el Colegio de San Ignacio de Loyola. Durante los años que permaneció en el colegio aprendió a leer y a escribir y nociones básicas de matemáticas, además de lo que se consideraba en la época que debía aprender una señorita de su clase social, como bordar, coser y cocinar.
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Josefa Ortiz de Domínguez
En el año 1791 contrajo matrimonio con Miguel Domínguez, que por aquellos años trabajaba en la secretaría de la Real Hacienda y en la oficialía del virreinato de Nueva España. Gracias a sus buenas relaciones con el virrey Félix Berenguer de Marquina, Miguel Domínguez fue nombrado corregidor de Querétaro en el año 1802. Durante los primeros años de matrimonio, Josefa se hizo cargo de las labores domésticas y de la crianza y educación de los dos hijos de su esposo, que había enviudado de su primera mujer. Todo parece indicar que la pareja era feliz; doce hijos nacerían a lo largo de un matrimonio que perduraría hasta 1830, año de la defunción del marido.
Al margen de sus quehaceres domésticos, Josefa Ortiz de Domínguez se mostró muy identificada con los problemas de la clase criolla, a la cual pertenecía por ser descendiente de españoles. A pesar de las reformas realizadas tras la llegada de los Borbones a España (1700), se había perpetuado la tradición de que fueran españoles nacidos en la península los que ocuparan los altos cargos de la administración virreinal y del ejército, relegando a los criollos a los puestos secundarios. Josefa defendió sus intereses de clase y también se hizo eco de las reivindicaciones de los indios mexicanos, que vivían en lamentables condiciones; intentó que se reconocieran los derechos de los indígenas y aprovechó su posición como esposa del corregidor para llevar a cabo numerosas obras de caridad.
En 1808 se produjo la invasión napoleónica de España, la cual tuvo como consecuencia el inicio de la guerra de la Independencia y la formación de las juntas de gobierno, ante la ausencia del rey Fernando VII. Las noticias llegadas de España en 1808 favorecieron el movimiento independentista de México; tras las iniciales muestras de apoyo al rey, comenzó a fraguarse en algunos círculos la idea de separarse totalmente de España. Después de un intento fallido del virrey José de Iturrigaray para formar una junta de gobierno independiente, se produjeron las primeras conspiraciones destinadas a subvertir el orden establecido.
La conspiración de Querétaro
Miguel Domínguez, como corregidor, había apoyado al virrey en su decisión de formar una junta de gobierno, pero ante la imposibilidad de llevar esos planes a la práctica, comenzó a simpatizar con el ideario independentista, al parecer por influencia de su esposa, que se convirtió en una firme colaboradora del movimiento. Pasados los primeros momentos de confusión, cada vez se hizo más claro para muchos la necesidad de construir en México un Estado en el que imperaran los valores liberales. Tal convicción era compartida por el matrimonio Domínguez, que a partir de 1810 abrió su casa a unas supuestas tertulias literarias que eran en realidad reuniones de carácter político.
En estas reuniones se tomarían las decisiones para organizar e iniciar un levantamiento contra el virrey y constituir una junta para gobernar el país en nombre de Fernando VII. A la casa de los corregidores acudieron algunas de las más relevantes figuras de la primera fase del proceso emancipador, como los capitanes Joaquín Arias, Juan Aldama, Mariano Abasolo e Ignacio Allende (quien al parecer pretendió a una de las hijas de Josefa) y el cura Hidalgo. Los miembros de la que sería conocida como la conspiración de Querétaro acordaron alzarse en armas contra el recién nombrado virrey Francisco Javier Venegas el primero de octubre de 1810.
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Conspiradores de Querétaro: Hidalgo, Allende, Aldama y el matrimonio Domínguez
El 13 de septiembre de 1810, sin embargo, se informó al juez eclesiástico Rafael Gil de León de que se estaba preparando en Querétaro una conspiración para proclamar la independencia de México, con el aviso de que se estaban almacenando armas en las casas de los simpatizantes del movimiento revolucionario. Rápidamente dicho juez informó al corregidor Domínguez para que interviniera en el asunto.
Aunque no participó de forma activamente comprometida en las reuniones que se mantenían en su casa, Miguel Domínguez conocía perfectamente a los implicados en la conspiración; no obstante, fingiendo ignorar la situación, comenzó a realizar los registros que el juez le ordenaba. Tras comunicar a su esposa que la conjura había sido descubierta por las autoridades españolas, decidió encerrarla en su habitación para evitar que informara a los implicados, en un intento de salvar a su familia y a él mismo de posibles represalias, puesto que eran conocidas tanto sus inclinaciones políticas como las de su mujer.
Fiel a sus principios, Josefa Ortiz de Domínguez decidió pese a ello intervenir y avisar a los revolucionarios. Elaboró una nota con letras impresas sacadas de periódicos para evitar que se reconociera su propia caligrafía y la envió al capitánIgnacio Allende a través del alcaide Ignacio Pérez, el cual cabalgó en busca del capitán y, al no encontrarle en San Miguel el Grande, entregó la misiva al padre Miguel Hidalgo.
El Grito de Dolores
Tras recibir la notificación de Josefa Ortiz, el padre Hidalgo decidió adelantar el levantamiento a la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Desde su posición como párroco de Dolores, Miguel Hidalgo convocó a sus feligreses a una misa, y en ella hizo un llamamiento a alzarse en armas contra las autoridades coloniales y a luchar por un gobierno más justo; tal proclama es conocida como el Grito de Dolores. La inmensa mayoría de sus parroquianos eran indígenas y gentes humildes que se encontraban en precaria situación a causa de las duras condiciones de vida y las tremendas desigualdades sociales que imperaban en el virreinato, y respondieron de inmediato a su llamada. Comenzaba así el largo y cruento proceso de emancipación de México, que no alcanzaría la independencia hasta 1821.
Gracias al aviso de la Corregidora, como se la apodaría popularmente en la época, muchos conspiradores pudieron escapar antes de ser detenidos por las autoridades virreinales; Josefa Ortiz, en cambio, no salió bien parada de su arriesgada acción. El 14 de septiembre, después de recibir respuesta de Hidalgo, había mandado una carta a Joaquín Arias para que se preparase para la lucha; pero el capitán la delató, y tanto Josefa como su marido fueron arrestados el mismo día en que se produjo el Grito de Dolores.

Tras su detención, Josefa Ortiz de Domínguez fue conducida al convento de Santa Clara, y su marido, al de Santa Cruz, ambos situados en la ciudad de Querétaro. Juzgado y destituido en primera instancia, Miguel Domínguez fue luego liberado gracias a la intervención popular; durante los años de su mandato como corregidor había demostrado su apoyo a las clases más desfavorecidas, oponiéndose por ejemplo a aplicar la medida propuesta por virrey (para sanear la hacienda real y recaudar fondos) de poner a la venta los bienes de las obras pías, instituciones benéficas que arrendaban tierras a bajo precio.
Josefa, por su parte, fue trasladada a la capital en el año 1814, siendo recluida en esta ocasión en el convento de Santa Teresa. A pesar de los esfuerzos de su marido, que ejerció de abogado defensor, fue declarada culpable de traición en el proceso que se le siguió. Los últimos años de cautiverio los pasó en el convento de Santa Catalina de Sena, considerado más estricto que los anteriores. La situación de la numerosa familia Domínguez fue precaria durante estos años, puesto que Miguel Domínguez, gravemente enfermo, apenas si podía ver a su esposa, y no disponía de ingresos para mantener a sus hijos. El virrey Juan Ruiz de Apodaca se hizo cargo de la situación; reconoció a Miguel Domínguez el derecho a percibir un sueldo por los servicios prestados y liberó a Josefa en junio de 1817.
En 1822, un año después de haber liderado el movimiento que dio la independencia efectiva al país, Agustín de Iturbide se autoproclamó emperador de México y ofreció a Josefa Ortiz de Domínguez ingresar en la corte como dama de honor de su esposa, Ana Duarte de Iturbide. Josefa rechazó con contundencia un ofrecimiento que más parecía una intolerable burla, ya que pensaba que la instauración de un Imperio era totalmente contraria a los ideales por los que se había luchado durante el proceso de emancipación.
En los últimos años de su vida, Josefa Ortiz de Domínguez se relacionó con grupos liberales de carácter radical. En todo momento se negó a recibir cualquier recompensa por el apoyo inestimable que había prestado a la consecución de la Independencia: en su opinión, no había hecho más que cumplir con su deber de buena patriota. Falleció en Ciudad de México el 2 de marzo de 1829, a la edad de sesenta y un años. Sus restos fueron enterrados en el convento de Santa Catalina, aunque algún tiempo después fueron trasladados a Querétaro, donde reposan junto con los de su marido en el Panteón de queretanos ilustres, en un mausoleo construido en su honor en 1847 en el antiguo huerto del convento de la Cruz.
www.biografiasyvidas.com/biografia/o/ortiz_josefa.htm

Chistes para peques

Resultado de imagen para dibujos coloreados de niños Chiste 1 
Llega un niño donde la mamá y le dice:
Mami, mami, en la escuela me dicen el eléctrico.
Y la madre le pregunta:

¿Y que haces?
Y el nino le contesta:
Les sigo la corriente. 



Chiste 2 
Esto es un padre, que va a la entrevista de clase de su hijo, en esto la maestra le dice:
Su hijo va mal en todo, pero sobre todo en matemáticas.
El padre dice: Mire, le voy a hacer unas preguntas a mi hijo.
Haber hijo: ¿4x4?
El hijo responde: ¡Todo terreno padre!
El padre y la maestra se ponen a reír de la respuesta del niño,
El padre añade: Va ahora lo vamos a hacer bien, ¿3x2?
El hijo responde: !La oferta del Día!
Al final el padre dice bueno ahora debes contestarme bien porque te voy a
hacer la ultima pregunta: ¿Si en un campo de melones hay 1000 melones y nos
llevamos 500 cuantos melones quedan?
Responde:Pues otro viaje padre. 


Chiste 3 
Va el niño y le dice al padre:
Papá, me quiero casar con mi abuela.
Y el padre le dice:
¿Como te vas a casar con mi madre?
El niño le responde:
¿Y como tu te casaste con la mía y yo no dije nada? 


Chiste 4 
Llega el niño a la casa y le dice a la mamá:
Mami tengo una noticia buena y otra mala.
Dime la buena, dice la mamá.
Me saque un diez en matemáticas.
¿Y la mala?
Que es mentira. 

Mundo FiLi

sábado, 27 de agosto de 2016

Los Principales Héroes de la Independencia de México

Aunque los que deberían ser llamados "Héroes de la Independencia" son cientos de hombres y mujeres valientes que dieron su vida por México,  la historia recuerda como los mas importantes a los siguientes personajes como:


Los Principales Héroes de la Independencia de México


Primer Etapa: Iniciación


Miguel Hidalgo – Cura de Dolores, iniciador del movimiento de independencia en 1810. Abolió la esclavitud en un documento. Murio luego de ser traicionado por Ignacio Elizondo, su cabeza se colocó en una jaula que fue mandada al Estado de Guanajuato, siendo colocada en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, como escarmiento para futuros levantamientos.

Juan Aldama –Importante criollo, participe en la Conspiración de Valladolid en 1810, que junto con Allende había decidido organizar un levantamiento en diciembre, que fue adelantado. Aldama fue capturado en Norias del baján, y ejecutado junto con Hidalgo y Allende.


Epigmenio Gonzales: Tenía una tienda de abarrotes en la Plaza de San Francisco, y en la trastienda se dio a la tarea de hacer cartuchos y armas.

Ignacio Allende – En un principio se decidió iniciar el levantamiento en diciembre de 1810 en la población de San Juan de los Lagos, que sería encabezado por Allende y Aldama; además, se propuso como dirigente al cura Hidalgo. Después de nueve meses de agitación revolucionaria, en los que sobresalió y obtuvo importantes victorias militares, llegó a ser proclamado como generalísimo, al renunciar Hidalgo al mando en enero de 1811. Allende fue capturado junto con los principales jefes en Acatita de Baján, Coahuila, y fue ejecutado el 26 de junio del propio año.

Josefa Ortiz de Dominguez – La noche del 13 de septiembre el corregidor, después de revelar a su esposa cuanto acontecía, en torno a la conspiración de independencia, la encerró con llave en sus habitaciones, temeroso de que hiciera algo que les comprometiera a todos, mientras él se disponía a catear al día siguiente la casa de don Epigmenio González; pero doña Josefa pudo comunicarse a través de la puerta cerrada con el alcalde de la cárcel, don Ignacio Pérez, que era de los conjurados, y con él mando avisar a Allende a San Miguel el Grande lo que acontecía

Felix Calleja - Fue organizador y jefe del ejército del centro (1810-12) durante la guerra de Independencia y sexagésimo virrey de la Nueva España, gobernando de 1813 a 1816, siendo uno de los grandes villanos de la historia de México.


Segunda Etapa:



José María Morelos y Pavón - antes había sido el Cura de Carácuaro, pero al se entrevistado tiempo antes con Hidalgo, este le dijo que se encargara de organizar al pueblo del sur. El 13 de septiembre de 1813, en Chilpancingo Morelos convocó al primer congreso independiente que sustituyó a la junta de Zitácuaro y por primera vez en un documentos escrito se habló de total independencia de España. Morelos fue hecho prisionero y fusilado el 22 de diciembre de 1815 en San Cristobal Ecatepec.


Ignacio López Rayón – En Guadalajara colaboro con el periódico El Despertador Americano, difusor de las ideas libertarias. Después de la muerte de los principales caudillos de la independencia, volvió a Michoacán y siguió luchando en 1811, en la ciudad de Zitacuaro, se reunió la junta nacional americana, con el propósito de dirigir la lucha armada, y López Rayón participo en ella, para llenar el hueco que había dejado la muerte de los principales caudillos. Fue hecho prisionero el 11 de diciembre de 1817 y permaneció encarcelado hasta 1820

Hermenegildo, Juan y José Galeana – Fueron tres hermanos, caudillos importantes por ser gran influencia, con mucha popularidad, tierras y conocimiento.

Nicolás Bravo- En 1811 se unió a las fuerzas de Hermenegildo Galeana y participó con Morelos en el sitio de Cuautla, donde se destacó por su valor.

Mariano matamoros – Nombrado mariscal por Morelos.

Felix Fernandez (Guadalupe Victoria) – Originalmente, su nombre era José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix. Estudió en el seminario de Durango. Se unió a la lucha independentista iniciada por Miguel Hidalgo y adoptó el nombre de Guadalupe Victoria (1811). Fue miembro del ejército de José María Morelos, donde ascendió a general (1814); combatió al ejército realista en diversos lugares, entre éstos Oaxaca, Nautla y el Puerto de Veracruz.


Tercera Etapa:


Vicente Guerrero - Luchó por la independencia bajo las órdenes de José María Morelos, después de la captura de éste por los realistas, apoyó el Congreso de Chilpancingo hasta su disolución y se refugió en las montañas para continuar la lucha, convirtiéndose el jefe de la insurrección en el sur. Muchas veces trataron de convencerlo de que abandonara la lucha, pero no hizo caso. Por el contrario fortificó el cerro de Barrabás y ahí permaneció insurrecto hasta que se vio con Agustín de Iturbide y firmó el tratado de Iguala en el que se declaraba la Independencia de México.

Francisco Mina – Mina partió de Tamaulipas hacia el interior del país comenzó a tener campañas victoriosas, pero luego en uno de sus viajes rumbo a San Luis de la Paz en Guanajuato, fue sorprendido por Liñán al mando de los realistas en el Rancho del Venadito, quien siempre los había perseguido, en la batalla murió Pedro Moreno y Mina fue hecho prisionero y condenado a muerte

Cuarta Etapa:


Agustín de Iturbide: Al estallar el movimiento armado de 1810, el caudillo Miguel Hidalgo y Costilla lo invitó a unirse a la causa con el cargo de teniente coronel, sin embargo Iturbide optó por ponerse a las órdenes del virrey.
Desde la posición de las fuerzas realistas, combatió a los instigadores del movimiento insurgente, muy especialmente a José María Morelos y a Vicente Guerrero. Al ver que la causa declinaba en favor de la insurgencia, invitó al mismo Guerrero a declarar la Independencia de México en una reunión que se conoce como “El abrazo de Acatempan”. En 1821 ambos firmaron el Plan de Iguala y el día 27 de septiembre de ese mismo año el Ejército Trigarante entró triunfante en la ciudad de México, con lo que de declaró la consumación de la Independencia. Un día después de este acontecimiento se integró la Junta Provisional Gubernativa que eligió por unanimidad a Agustín de Iturbide como su presidente.
www.cicloescolar.com/2012/09/los-principales-heroes-de-la.html

Biografía de Miguel Hidalgo y Costilla 1753-1811

 Nació en la Hacienda de Corralejo, en Pénjamo, Guanajuato, el 8 de mayo de 1753.
Fue enviado a Valladolid (hoy Morelia) a estudiar al Colegio de San Nicolás Obispo, del cual llegó a ser catedrático de teología, filosofía y moral y finalmente, rector. En 1792 se ordenó como sacerdote, ejerciendo su ministerio en el Curato de Dolores, después de haberlo hecho en varios otros curatos. De ideas liberales, se unió al grupo de patriotas que en el año de 1810 conspiraban en Querétaro a favor de la independencia de México.
El movimiento armado debería iniciarse en el mes de octubre de ese mismo año, pero descubierta la conspiración y detenidos varios de los complicados, Hidalgo, en unión de Aldama, Allende, Abasolo y otros, en atención a un aviso que, con riesgo de su vida les fue enviado por la Corregidora Doña Josefa Ortíz de Domínguez decidió efectuar el levantamiento en el acto, y así, al amanecer del 16 de septiembre de 1810, los vecinos del pueblo de Dolores, alfareros, carpinteros, herreros y campesinos, acudieron al llamado del padre Miguel Hidalgo y Costilla para iniciar la lucha por la independencia.
En poco menos de dos semanas, el ejército insurgente obtuvo una serie de rápidos y fáciles triunfos. De Dolores pasaron a Atotonilco, San Miguel el Grande (hoy Allende), Chamucuero, Celaya (en este lugar se le dio a Miguel Hidalgo el grado de capitán general y a Ignacio Allende el de teniente general), Salamanca, Irapuato y Silao, hasta llegar a Guanajuato.
Ante la proximidad del ejército insurgente, los españoles, junto con sus familias y sus caudales, se refugiaron en la "Alhóndiga de Granaditas", en la ciudad de Guanajuato. El 28 de septiembre, después de una sangrienta lucha en la que la multitud enfurecida aniquiló a sus defensores, fue tomada al fin la fortaleza. De Guanajuato, don Miguel Hidalgo se dirigió a Valladolid, ciudad que fue tomada por los insurgentes el 17 de octubre de 1810, sin que sus defensores opusieran resistencia. En ese lugar permaneció varios días organizando su tropa para salir a tomar la capital del virreinato: la ciudad de México.
En el Monte de las Cruces, a las afueras de México, obtuvo Hidalgo una formidable victoria el 30 de agosto, derrotando a Trujillo (Coronel Realista), victoria que desaprovechó lamentablemente, pues en lugar de lanzar sus tropas sobre la ciudad de México para apoderarse de ella, aprovechando el desconcierto que su victoria había ocasionado en las filas españolas, ordenó la retirada de sus tropas hacia Ixtlahuaca, por el camino de Toluca. En Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, se enfrentaron insurgentes y realistas, estos últimos al mando del general Félix Calleja, en una batalla, que resultó ser desastrosa para Hidalgo y su gente, obligándolo a replegarse hacia el norte.
El 21 de mayo de 1811, al llegar a Acatita de Baján, Hidalgo, Allende y 27 compañeros más, fueron víctimas de una traidora emboscada que les tendió Ignacio Elizondo y fueron hechos prisioneros. Conducidos a Chihuahua, Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados el 16 de junio de 1811 y un mes después, el 30 de julio de ese mismo año, Hidalgo fue fusilado también.
El gobierno virreinal estaba convencido de que con la muerte de los caudillos, fusilados en Chihuahua, acabaría el movimiento insurgente. Pero no fue así.
Ignacio López Rayón, quien se había quedado en Saltillo, realizó la proeza de escapar del enemigo y marchar desde esa ciudad hasta la provincia de Michoacán, donde podían contar él y su tropa con la ayuda del pueblo. Y, para desgracia de los realistas, en las montañas del sur ya estaban luchando el genio militar José María Morelos, apoyando en sus campañas victoriosas por los Galeana, los Bravos, Mariano Matamoros y otros muchos.
Para 1821, el ideal por el que había luchado Miguel Hidalgo y Costilla y tantos otros mexicanos a lo largo de once años, al fin se había logrado: la patria era libre e independiente.
Fuente: Instituto Nacional de Solidaridad, Microbiografías, Personajes en la historia de México.

Miguel Hidalgo y Costilla, México, 1993.

lospobresdelatierra.org/textos/biografiacurahidalgo

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viernes, 26 de agosto de 2016

Número perdido en sumas

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TABLA DE PITÁGORAS

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El cerro de los Elfos

Autor: Hans Christian Andersen

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 Varios lagartos gordos corrían con pie ligero por las grietas de un viejo árbol; se entendían perfectamente, pues hablaban todos la lengua lagarteña. -¡Qué ruido y alboroto en el cerro de los ellos! -dijo un lagarto-. Van ya dos noches que no me dejan pegar un ojo. Lo mismo que cuando me duelen las muelas, pues tampoco entonces puedo dormir. -Algo pasa allí adentro -observó otro-. Hasta que el gallo canta, a la madrugada, sostienen el cerro sobre cuatro estacas rojas, para que se ventile bien, y sus muchachas han aprendido nuevas danzas. ¡Algo se prepara! -Sí -intervino un tercer lagarto-. He hecho amistad con una lombriz de tierra que venía de la colina, en la cual había estado removiendo la tierra día y noche. Oyó muchas cosas. Ver no puede, la infeliz, pero lo que es palpar y oír, en esto se pinta sola.Resulta que en el cerro esperan forasteros, forasteros distinguidos, pero, quiénes son éstos, la lombriz se negó a decírmelo, acaso ella misma no lo sabe. Han encargado a los fuegos fatuos que organicen una procesión de antorchas, como dicen ellos, y todo el oro y la plata que hay en el cerro -y no es poco- lo pulen y exponen a la luz de la luna. -¿Quiénes podrán ser esos forasteros? -se preguntaban los lagartos-. ¿Qué diablos debe suceder? ¡Oíd, qué manera de zumbar! En aquel mismo momento se partió el montículo, y una señorita elfa, vieja y anticuada, aunque por lo demás muy correctamente vestida, salió andando a pasitos cortos. Era el ama de llaves del anciano rey de los elfos, estaba emparentada de lejos con la familia real y llevaba en la frente un corazón de ámbar. ¡Movía las piernas con una agilidad!: trip, trip. ¡Vaya modo de trotar! Y marchó directamente al pantano del fondo, a la vivienda del chotacabras.
-Están ustedes invitados a la colina esta noche -dijo-. Pero quisiera pedirles un gran favor, si no fuera molestia para ustedes. ¿Podrían transmitir la invitación a los demás? Algo deben hacer, ya que ustedes no ponen casa. Recibimos a varios forasteros ilustres, magos de distinción; por eso hoy comparecerá el anciano rey de los elfos. -¿A quién hay que invitar? -preguntó el chotacabras. -Al gran baile pueden concurrir todos, incluso las personas, con tal que hablen durmiendo o sepan hacer algo que se avenga con nuestro modo de ser. Pero en nuestra primera fiesta queremos hacer una rigurosa selección; sólo asistirán personajes de la más alta categoría. Hasta disputé con el Rey, pues yo no quería que los fantasmas fuesen admitidos. Ante todo, hay que invitar al Viejo del Mar y a sus hijas. Tal vez no les guste venir a tierra seca, pero les prepararemos una piedra mojada para asiento o quizás algo aún mejor; supongo que así no tendrán inconveniente en asistir, siquiera por esta vez. Queremos que vengan todos los viejos trasgos de primera categoría, con cola, el Genio del Agua y el Duende y, a mi entender, no debemos dejar de lado al Cerdo de la Tumba, al Caballo de los Muertos y al Enano de la Iglesia, todos los cuales pertenecen al elemento clerical y no a nuestra clase.
Pero ése es su oficio; por lo demás, están emparentados de cerca con nosotros y nos visitan con frecuencia. -¡Muy bien! -dijo el chotacabras, emprendiendo el vuelo para cumplir el encargo. Las doncellas elfas bailaban ya en el cerro, cubiertas de velos, y lo hacían con tejidos de niebla y luz de la luna, de un gran efecto para los aficionados a estas cosas. En el centro de la colina, el gran salón había sido adornado primorosamente; el suelo, lavado con luz de luna, y las paredes, frotadas con grasa de bruja, por lo que brillaban como hojas de tulipán. En la colina había, en el asador, gran abundancia de ranas, pieles de caracol rellenas de dedos de niño y ensaladas de semillas de seta y húmedos hocicos de ratón con cicuta, cerveza de la destilería de la bruja del pantano, amén de fosforescente vino de salitre de las bodegas funerarias.
Todo muy bien presentado. Entre los postres figuraban clavos oxidados y trozos de ventanal de iglesia. El anciano Rey mandó bruñir su corona de oro con pizarrín machacado (entiéndase pizarrín de primera); y no se crea que le es fácil a un rey de los elfos procurarse pizarrín de primera. En el dormitorio colgaron cortinas, que fueron pegadas con saliva de serpiente. Se comprende, pues, que hubiera allí gran ruido y alboroto. -Ahora hay que sahumar todo esto con orines de caballo y cerdas de puerco; entonces yo habré cumplido con mi tarea -dijo la vieja señorita. -¡Dulce padre mío! -dijo la hija menor, que era muy zalamera-, ¿no podría saber quiénes son los ilustres forasteros? -Bueno -respondió el Rey, tendré que decírtelo. Dos de mis hijas deben prepararse para el matrimonio; dos de ellas se casarán sin duda. El anciano duende de allá en Noruega, el que reside en la vieja roca de Dovre y posee cuatro palacios acantilados de feldespato y una mina de oro mucho más rica de lo que creen por ahí, viene con sus dos hijos, que viajan en busca de esposa.
El duende es un anciano nórdico, muy viejo y respetable, pero alegre y campechano. Lo conozco de hace mucho tiempo, desde un día en que brindamos fraternalmente con ocasión de su estancia aquí en busca de mujer. Ella murió; era hija del rey de los Peñascos gredosos de Möen. Tomó una mujer de yeso, como suele decirse. ¡Ah, y qué ganas tengo de ver al viejo duende nórdico! Dicen que los chicos son un tanto mal criados e impertinentes; pero quizás exageran. Tiempo tendrán de sentar la cabeza. A ver si saben portarse con ellos en forma conveniente. -¿Y cuándo llegan? -preguntó una de las hijas. -Eso depende del tiempo que haga -respondió el Rey. Viajan en plan económico. Aprovechan las oportunidades de los barcos. Yo habría querido que fuesen por Suecia, pero el viejo se inclinó del otro lado. No sigue las mudanzas de los tiempos, y esto no se lo perdono. En esto llegaron saltando dos fuegos fatuos, uno de ellos más rápido que su compañero; por eso llegó antes. -¡Ya vienen, ya vienen! -gritaron los dos.
-¡Denme la corona y dejen que me ponga a la luz de la luna! -ordenó el Rey. Las hijas, levantándose los velos, se inclinaron hasta el suelo. Entró el anciano duende de Dovre con su corona de tarugos de hielo duro y de abeto pulido. Formaban el resto de su vestido una piel de oso y grandes botas, mientras los hijos iban con el cuello descubierto y pantalones sin tirantes, pues eran hombres de pelo en pecho. ¿Esto es una colina? -preguntó el menor, señalando el cerro de los elfos-. En Noruega lo llamaríamos un agujero. -¡Muchachos! -les riñó el viejo-. Un agujero va para dentro, y una colina va para arriba. ¿No tienen ojos en la cabeza? Lo único que les causaba asombro, dijeron, era que comprendían la lengua de los otros sin dificultad. -¡Es para creer que les falta algún tornillo! -refunfuñó el viejo.
Entraron luego en la mansión de los elfos, donde se había reunido la flor y nata de la sociedad, aunque de manera tan precipitada, que se hubiera dicho que el viento los habla arremolinado; y para todos estaban las cosas primorosamente dispuestas. Las ondinas se sentaban a la mesa sobre grandes patines acuáticos, y afirmaban que se sentían como en su casa. En la mesa todos observaron la máxima corrección, excepto los dos duendecitos nórdicos, los cuales llegaron hasta poner las piernas encima. Pero estaban persuadidos de que a ellos todo les estaba bien. -¡Fuera los pies del plato! -les gritó el viejo duende, y ellos obedecieron, aunque a regañadientes. A sus damas respectivas les hicieron cosquillas con piñas de abeto que llevaban en el bolsillo; luego se quitaron las botas para estar más cómodos y se las dieron a guardar. Pero el padre, el viejo duende de Dovre, era realmente muy distinto.
Supo contar bellas historias de los altivos acantilados nórdicos y de las cataratas que se precipitan espumeantes con un estruendo comparable al del trueno y al sonido del órgano; y habló del salmón que salta avanzando a contracorriente cuando el Nöck toca su arpa de oro. Les habló de las luminosas noches de invierno, cuando suenan los cascabeles de los trineos, y los mozos corren con antorchas encendidas por el liso hielo, tan transparente, que pueden ver los peces nadando asustados bajo sus pies. Sí, sabía contar con arte tal, que uno creía ver y oír lo que describía. Se oía el ruido de los aserraderos y los cantos de los mozos y las rapazas mientras bailaban las danzas del país. ¡Ohó! De pronto, el viejo duende dio un sonoro beso a la vieja señorita elfa. Fue un beso con todas las de la ley, y eso que no eran parientes. A continuación las muchachas hubieron de bailar, primero bailes sencillos, luego zapateados, y bien que lo hacían; finalmente, vino el baile artístico. ¡Señores, y qué manera de extender las piernas, que no sabía uno dónde empezaban y dónde terminaban, ni lo que eran piernas y lo que eran brazos! Era aquello como un revoltijo de virutas, y metían tanto ruido, que el Caballo de los Muertos se mareó y hubo de retirarse de la mesa. -¡Brrr! -exclamó el viejo duende-, ¡vaya agilidad de piernas! Pero, ¿qué saben hacer, además de bailar, alargar las piernas y girar como torbellinos? -¡Pronto vas a saberlo! -dijo el rey de los elfos, y llamó a la menor de sus hijas.
Era ágil y diáfana como la luz de la luna, la más bonita de las hermanas. Se metió en la boca una ramita blanca y al instante desapareció; era su habilidad. Pero el viejo duende dijo que este arte no lo podía soportar en su esposa, y que no creía que fuese tampoco del gusto de sus hijos. La otra sabía colocarse de lado como si fuese su propia sombra, pues los duendes no la tienen. Con la hija tercera la cosa era muy distinta. Había aprendido a destilar en la destilería de la bruja del pantano y sabía mechar nudos de aliso con gusanos de luz. -¡Será una excelente ama de casa! -dijo el duende anciano, brindando con la mirada, pues consideraba que ya había bebido bastante. Se acercó la cuarta elfa. Venía con una gran arpa, y no bien pulsó la primera cuerda, todos levantaron la pierna izquierda, pues los duendes son zurdos, y cuando pulsó la segunda cuerda, todos tuvieron que hacer lo que ella quiso. -¡Es una mujer peligrosa! -dijo el viejo duende; pero los dos hijos salieron del cerro, pues se aburrían. -¿Qué sabe hacer la hija siguiente? -preguntó el viejo. -He aprendido a querer a los noruegos, y nunca me casaré si no puedo irme a Noruega.
Pero la más pequeña murmuró al oído del viejo: -Esto es sólo porque sabe una canción nórdica que dice que, cuando la Tierra se hunda, los acantilados nórdicos seguirán levantados como monumentos funerarios. Por eso quiere ir allá, pues tiene mucho miedo de hundirse. -¡Vaya, vaya! -exclamó el viejo-. ¿Esas tenemos? Pero, ¿y la séptima y última? -La sexta viene antes que la séptima -observó el rey de los elfos, pues sabía contar. Pero la sexta se negó a acudir. -Yo no puedo decir a la gente sino la verdad -dijo-. De mí nadie hace caso, bastante tengo con coser mi mortaja. Se presentó entonces la séptima y última. Y, ¿qué sabía? Pues sabía contar cuentos, tantos como se le pidieran. -Ahí tienes mis cinco dedos -dijo el viejo duende-. Cuéntame un cuento acerca de cada uno. La muchacha lo cogió por la muñeca, mientras él se reía de una forma que más bien parecía cloquear; y cuando ella llegó al dedo anular, en el que llevaba una sortija de oro, como si supiese que era cuestión de noviazgo, dijo el viejo duende: -Agárralo fuerte, la mano es tuya. ¡Te quiero a ti por mujer! La elfa observó que faltaban aún los cuentos del dedo anular y del meñique. -Los dejaremos para el invierno -replicó el viejo-
Nos hablarás del abeto y del abedul, de los regalos de los espíritus y de la helada crujiente. Tú te encargarás de explicar, pues allá arriba nadie sabe hacerlo como tú. Y luego nos entraremos en el salón de piedra, donde arde la astilla de pino, y beberemos hidromiel en los cuernos de oro de los antiguos reyes nórdicos. El Nöck me regaló un par, y cuando estemos allí vendrá a visitarnos el diablo de la montaña, el cual te cantará todas las canciones de las zagalas de la sierra. ¡Cómo nos vamos a divertir! El salmón saltará en la cascada, chocando contra las paredes de roca, pero no entrará. ¡Oh, sí, qué bien se está en la vieja y querida Noruega! Pero, ¿dónde se han metido los chicos? Eso es, ¿dónde se habían metido? Pues corrían por el campo, apagando los fuegos fatuos que acudían, bonachones, a organizar la procesión de las antorchas. -¿Qué significan estas corridas? -gritó el viejo duende-. Acabo de procurarles una madre, y ustedes pueden elegir a la que les guste de las tías.
Pero los jóvenes replicaron que preferían pronunciar un discurso y brindar por la fraternidad. Casarse no les venía en gana. Y pronunciaron discursos, bebieron a la salud de todos e hicieron la prueba del clavo para demostrar que se habían zampado hasta la última gota. Quitándose luego las chaquetas, se tendieron a dormir sobre la mesa, sin preocuparse de los buenos modales. Mientras tanto, el viejo duende bailaba en el salón con su joven prometida e intercambiaba con ella los zapatos, lo cual es más distinguido que intercambiar sortijas. -¡Que canta el gallo! -exclamó la vieja elfa, encargada del gobierno doméstico- ¡Hay que cerrar los postigos, para que el sol no nos abrase! Y se cerró la colina. En el exterior, los lagartos subían y bajaban por los árboles agrietados, y uno de ellos dijo a los demás. -¡Cuánto me ha gustado el viejo duende nórdico! -¡Pues yo prefiero los chicos! -objetó la lombriz de tierra; pero es que no veía, la pobre.


El concurso que no había forma de perder

Cuento sobre el amor generoso y sacrificado
En un antiguo reino debían elegir nuevos reyes siguiendo la tradición. Cada pareja de jóvenes cultivaría durante un año el mayor jardín de amor a partir de un única semilla mágica. No se trataba solo de un concurso, pues de aquel jardín surgirían toda la magia y la fortuna de su reinado.
Hacer brotar una única flor ya era algo muy difícil; los jóvenes debían estar verdaderamente enamorados y poner mucho tiempo y dedicación. Las flores de amor crecían rápido, pero también podían perderse en un descuido. Sin embargo, en aquella ocasión, desde el primer momento una pareja destacó por lo rápido que crecía su jardín, y el aroma de sus mágicas flores inundó todo el valle.
Milo y Nika, a pesar de ser unos sencillos granjeros, eran el orgullo de todos. Guapos, alegres, trabajadores y muy enamorados, nadie dudaba de que serían unos reyes excelentes. Tanto, que comenzaron a tratarlos como si ya lo fueran.
Entonces Milo descubrió en los ojos de Nika que ese trato tan majestuoso no le gustaba nada. Sabía que la joven no le pediría que renunciara a ser rey, pero él prefería la felicidad de Nika, y resolvió salir cada noche en secreto para cortar algunas flores. Así reduciría el tamaño del jardín y terminarían perdiendo el concurso. Lo hizo varias noches pero, como apenas se notaba, cada noche tenía que comenzar más temprano y cortar más rápido.
La noche antes de cumplirse el plazo Milo salió temprano, decidido a cortar todas las flores. Pero no pudo hacerlo. Cuando llevaba poco más de la mitad descubrió que alguien más estaba cortando sus flores. Al acercarse descubrió que era Nika, quien llevaba días haciendo lo mismo, sabiendo que Milo sería más feliz con una vida más sencilla. Se abrazaron largamente, y juntos terminaron de cortar las flores restantes, renunciando a ser reyes para siempre. Con la última flor, Milo adornó el pelo de Nika. Casi amanecía cuando, agotados pero felices, se quedaron dormidos, abrazados en medio de su deshecho jardín.
Despertaron entre los gritos y aplausos de la gente, rodeados del jardín más grande que habían visto jamás, surgido cuando aquella última flor rozó el suelo, porque nada hacía florecer con más fuerza aquellas flores mágicas que el amor generoso y sacrificado. Y, aunque no consiguieron renunciar al trono, sí pudieron llevar una vida sencilla y tranquila, pues la abundancia de flores mágicas hizo del suyo el reinado más próspero y feliz.

PARA MI NIETO ERIC CON CARIÑO

Un acto de magia

Bambi y Tambor

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