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viernes, 26 de julio de 2019

Pulgarcito

 Cuento Pulgarcito

Había una vez una pareja de campesinos que deseaba tener hijos. Todas las noches, sentados junto al hogar, conversaban entre ellos:
¡Qué triste es esta casa sin niños correteando!–  decía el hombre
¡Cuánto silencio, mientras en las otras casas todo es alegría!– respondía la mujer
Sucedió al fin, que después de tanta espera y tantas plegarias, la mujer dió a luz a un niño, bellísimo y perfecto, pero pequeñito como un dedo pulgar.
A los padres no les importó. Lo amaban con todo el corazón, y en razón de su tamaño, le llamaron Pulgarcito.
Los campesinos lo alimentaban lo mejor que podían, pero el niño no crecía. Pasaron algunos años,  pero el pequeñín seguía siendo tan alto como un pulgar. A pesar de ello, era un niño muy listo, era capaz de conseguir lo que se proponía gracias a su astucia, más allá de su tamaño.
Cuento Pulgarcito
Un día su padre debía ir al mercado del pueblo para vender algunas  gallinas y hortalizas. No podía llevar las gallinas y los vegetales de una sola vez, por lo que tendría que hacer dos fatigosos viajes. En eso estaba pensando cuando dijo para sí, hablando en voz baja:
¡Ojalá tuviera alguien que me pudiera llevar el carro con las gallinas más tarde!
Pulgarcito lo escuchó y quiso ayudar a su padre:
¡No te preocupes papá! Yo te llevaré el carro a la hora que tú me digas
El campesino, riendo, le respondió:
Eres demasiado pequeño para llevar las riendas, ¡nunca lo lograrías!
Pero el niño estaba muy seguro de sí mismo, y le dijo al hombre que si su madre le ayudaba a enganchar las riendas, él se subiría a la oreja del caballo y lo conduciría al pueblo sin problemas. El campesino pensó que con probar no perderían nada, y aceptó.

De camino al pueblo

A la hora establecida, la madre enganchó el caballo al carro y Pulgarcito se sentó en la oreja del animal. Desde allí le iba dando órdenes: «¡Arre! ¡Soo!». Todo iba según los planes del pequeño, hasta que con el carro cogió el camino que atravesaba el bosque. Allí se topó con dos forasteros, que sorprendidos, vieron pasar un carro y escucharon la voz del carretero, pero no lograron verlo por ninguna parte.
¡Aquí sucede algo extraño! Vamos a seguir al carro a ver si lo descubrimos– dijo uno de los forasteros.
Finalmente el carro llegó al mercado, y cuando Pulgarcito vio a su padre le gritó:
-¡Papá estoy aquí, ayúdame a bajar!
El campesino acercó su mano a la oreja del caballo, y el niño saltó en ella. Al verlo, los forasteros no podían dar crédito a sus ojos. Pensaron que podrían hacerse ricos exhibiendo al niño en miniatura de ciudad en ciudad, y se dirijieron al campesino para hacerle una oferta:
Campesino, véndenos al hombrecito, lo trataremos bien– le dijeron
Es la luz de nuestros ojos, ¡no lo daría ni por todo el oro del mundo!- les respondió
Pero el niño, que había escuchado toda la conversación, se encaramó hasta el hombro de su padre y le susurró al oído:
Acepta papá, necesitamos el dinero y yo lograré volver muy pronto.
Entonces el hombre, sabiendo que su hijo era muy capaz de arreglárselas para regresar a casa cuanto antes, y apremiado por las necesidades que pasaba la familia, aceptó la moneda de oro que lo ofrecieron los forasteros y los vió alejarse con Pulgarcito.

Pulgarcito y los ladrones

Después de mucho andar  se hizo de noche, y Pulgarcito pidió a los forasteros que lo bajaran al suelo para poder hacer sus necesidades. El hombre que lo llevaba en el hombro así lo hizo, dejándole al borde del camino, donde se extendía un campo.
El pequeño se adentró un poquito en el campo y, ni lento ni perezoso, se escondió dentro de una madriguera de liebres. «Adiós caballeros, podéis seguir sin mí«, les gritó desde adentro a los forasteros, burlándose. los hombres quisieron meter sus manos en el agujero para sacarlo, pero fue en vano; al final, después de horas de hacer intentos fallidos, se dieron por vencidos y se alejaron por el camino. Pulgarcito decidió esperar dentro de la madriguera a que clareara el día, para volver a casa.
Al poco rato, escuchó las voces de unos hombres que pasaban por el camino. Hablaban de cómo podrían hacer para quedarse con el dinero y la plata de un cura. Pulgarcito pensó que podía aprovechar la oportunidad para volver con algo de dinero a casa.
¡Yo os diré cómo hacer!– les gritó
Los ladrones no entendían de dónde provenía aquella voz que les llamaba, hasta que finalmente vieron a Pulgarcito entre las hierbas.
-¿Tú vas a ayudarnos? Si eres poco más grande que un microbio- rieron los hombres.
Justamente por ello os puedo ayudar. Me meteré sin ser visto en el cuarto del cura, y os pasaré por la ventana todo lo que queráis.
Los ladrones aceptaron y lo llevaron hasta la casa del cura. Pulgarcito se metió en el interior del cuarto, y gritó con todas sus fuerzas:
¿Queréis llevaros todo lo que hay aquí?
Los hombres le dijeron que bajara la voz porque podría despertar a alguien, pero el niño siguió gritando como si no les hubiese oído:
Entonces, ¿vais a llevaros todo lo que hay en la casa?
La cocinera de la casa oyó los gritos, y se escondió para ver qué estaba sucediendo. Los hombres, temerosos de que alguien los descubriera, insistieron:
Vamos niño, deja ya de jugar y pásanos algo
Enseguida- dijo Pulgarcito- ¡solo tenéis que alargar las manos!
La cocinera, que había oído todo, salió corriendo hacia la puerta al grito de «¡ladrones, ladrones!». Los malhechores salieron corriendo despaboridos, y Pulgarcito aprovechó la confusión para escapar y meterse en el establo de la casa.

Pulgarcito y la vaca

El pequeño buscaba un lugar donde dormir hasta que amaneciese, para poder regresar a su casa. Se acomodó sobre una montaña de heno y se quedó dormido. Al alba, la criada se dirigió al establo para alimentar al ganado. Con la horca cogió una gran cantidad de heno, con tan mala suerte que escogió justamente el montón en el que estaba durmiendo Pulgarcito.
El pobre muchachito se despertó de su pesado sueño cuando ya estaba en la boca de la vaca. La vaca tragó el heno, y con él a Pulgarcito. El pequeño se encontró en el oscuro estómago de la vaca, rodeado de hierba y con cada vez menos espacio para moverse, ya que la vaca seguía comiendo. Llegó un momento en que, realmente asustado, comenzó a gritar con todas sus fuerzas:
¡Basta de forraje por favor!
La criada, al oír este grito desesperado, y sin ver a nadie a su alrededor, salió corriendo asustada hasta la casa gritando:
¡Señor párroco, la vaca habla!
¿Estás loca mujer?- le respondió el cura, pensando que su criada había perdido la razón. Pero como la mujer no dejaba de gritar, la acompañó al establo para ver qué ocurría. Cuando oyó que alguien se acercaba, Pulgarcito volvió a gritar:
¡Basta de forraje por favor!
El cura pensó que un mal espíritu había poseído al animal, y ordenó que la mataran. Así se hizo, y el estómago de la vaca, en el que estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado a la basura.

Pulgarcito y el lobo

Con mucho trabajo, Pulgarcito logró abrirse paso hasta el exterior, con tan mala suerte que justo en el momento de asomar la cabeza, vió a un lobo hambriento que se tragó el estómago -y a Pulgarcito- de un solo bocado. El pequeñín no se desanimó. «Tal vez pueda hacer razonar a este lobo«, pensó. Entonces, desde su panza, le dijo:
Señor lobo, yo podría llevarle a un lugar donde podrás comer hasta hartarte. En la despensa de esta casa hay embutidos y tocino al por mayor… podrá comer hasta hartarse.
¿Y dónde es ese lugar?– preguntó el lobo.
Pulgarcito le explicó como llegar hasta su propia casa. Sabía que sus padres tenían en la despensa todos los embutidos que preparaban para vender en el mercado. Llegados a la casa, hizo entrar al lobo por una pequeña ventanita en la despensa, donde comió hasta hartarse. Tanto había comido, que ya no pasaba por la ventanita para poder salir. Este había sido el plan de Pulgarcito desde el principio, que se puso a gritar con todas sus fuerzas. El lobo intentaba callarle, ¿pero cómo podría callar a su propia tripa?
Con tanto alboroto, los padres de Pulgarcito despertaron, y al ver por una rendija que había un lobo en la despensa, corrieron a armarse de hacha y hoz. El padre del niño le dijo a su mujer que se quedara detrás de él preparada con la hoz, pero Pulgarcito escuchó su voz y comenzó a gritar:
¡Papá soy yo, estoy en la panza del lobo!
Loco de felicidad pero preocupado por el destino de su hijo, el campesino le dio un hachazo en la cabeza al lobo, que cayó muerto al instante. Con una tijeras, padre y madre abrieron la barriga del animal y rescataron a su hijito.
-¡Hijo qué angustia hemos pasado! ¡Nunca más permitiremos que te alejes de nosotros por ningún motivo!
No os preocupéis, he tenido demasiadas aventuras y muy peligrosas; desde hoy me quedaré siempre con vosotros- dijo Pulgarcito
Y acariciando y besando a su querido hijo, los padres le llevaron a casa, le dieron de comer y beber, y lo acompañaron a descansar finalmente en su camita, después de tantas y tan peligrosas aventuras.
Pequeocio.com

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