Uno a uno, los cisnes se fueron posando en la orilla. Al tocar el suelo, recobraban su aspecto humano. Encantada, Elisa vio desde su escondite que los cisnes eran sus hermanos. -¡Antonio, Sebastián! ¡Soy yo, Elisa! -gritó, mientras corría a abrazarlos. Todos se reunieron en torno a ella, felices de estar de nuevo juntos, después de tanto tiempo. ¡Fue un instante glorioso! Los once príncipes le narraron a su hermana de qué manera la bruja perversa los había convertido en cisnes y Elisa, a su vez, les contó que a ella la había echado del castillo. -De día somos cisnes y al atardecer volvemos a ser humanos -explicó Antonio, el mayor de los hermanos. -Encontraré la manera de romper el hechizo -les aseguró Elisa. Los hermanos encontraron un pedazo de lienzo lo suficientemente grande para llevar a Elisa en él. Al amanecer del día siguiente, la alzaron en vuelo con suavidad. Sebastián, el menor de todos, le daba bayas para comer. Cuando el sol empezó a ocultarse otra vez, llegaron a una cueva secreta, en un bosque apartado. Esa noche, Elisa soñó con un hada que volaba en una hoja. -Podrás romper el hechizo si estás dispuesta a sufrir -susurró el hada-. Debes recoger ortigas y tejer once camisas con el lino que saques. Cuando las hayas terminado, deberás lanzárselas a tus hermanos para romper el hechizo. ¡Pero escucha bien! No puedes ni hablar ni reírte hasta no haber terminado. -Eso no importa -respondió Elisa en sus sueños-. ¡Haré lo que sea necesario para salvar a mis hermanos! Cuando Elisa se despertó esa mañana, sus hermanos ya se habían ido. En el suelo, junto a ella, había una pila de hojas de ortiga. Elisa se puso a trabajar de inmediato. Al regresar los príncipes a la cueva, encontraron a su hermana tejiendo una prenda bastante curiosa. Elisa tenía las manos llenas de heridas. -¿Qué haces? -preguntó Sebastián. Pero su hermana no podía decir nada. Sebastián no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas cuando se inclinó a mirar las manos de Elisa. Las lágrimas cayeron en sus dedos y las heridas desaparecieron inmediatamente. Ella le sonrió agradecida, pero no se atrevió a decir ni una sola palabra. Los hermanos observaron durante un rato. El asunto era muy misterioso, pero ellos sospecharon que algo mágico debía estar ocurriendo. A lo mejor, Elisa estaba tratando de salvarlos. Al otro día, cuando ya sus hermanos se habían ido, Elisa salió de la cueva. "Haré mi trabajo a la sombra de aquel roble", pensó. "Allá no me verán." Sin embargo, un grupo de cazadores la descubrió. -¿Tú quien eres? -preguntó uno de ellos con voz áspera. Al no obtener respuesta, la levantó a la fuerza. -Quietos -dijo una voz. Era un joven rey. -¿Cómo te llamas? -preguntó amablemente el rey. Elisa se limitó a sacudir la cabeza y a sonreír. -Ella vendrá conmigo -dijo el rey y ordenó a los cazadores retirarse. De regreso en el castillo, el joven rey intentó hablarle a Elisa en diferentes idiomas, pero ella no hacía más que tejer. Aunque la muchacha no decía nada, su mirada dulce y su linda cara cautivaron el corazón del rey. Elisa vivía ahora rodeada de lujos, pero pasaba la mayor parte del tiempo tejiendo en silencio. El rey se sentaba junto a ella y era feliz en su compañía. Un día, decidió hablar con el arzobispo. -Amo a esta dulce doncella -anunció-, y deseo casarme con ella. -Su majestad no sabe nada PERSONITA ESTE BLOG ES SOLO PARA TI, AQUI PODRÁS LEER TODOS LOS DÍAS UN CUENTO DIFERENTE Y HACER VARIAS ACTIVIDADES PROPIAS DE TU EDAD. Profra. Rocío Romero Kuhliger.
miércoles, 6 de abril de 2011
LOS CISNES SALVAJES
Uno a uno, los cisnes se fueron posando en la orilla. Al tocar el suelo, recobraban su aspecto humano. Encantada, Elisa vio desde su escondite que los cisnes eran sus hermanos. -¡Antonio, Sebastián! ¡Soy yo, Elisa! -gritó, mientras corría a abrazarlos. Todos se reunieron en torno a ella, felices de estar de nuevo juntos, después de tanto tiempo. ¡Fue un instante glorioso! Los once príncipes le narraron a su hermana de qué manera la bruja perversa los había convertido en cisnes y Elisa, a su vez, les contó que a ella la había echado del castillo. -De día somos cisnes y al atardecer volvemos a ser humanos -explicó Antonio, el mayor de los hermanos. -Encontraré la manera de romper el hechizo -les aseguró Elisa. Los hermanos encontraron un pedazo de lienzo lo suficientemente grande para llevar a Elisa en él. Al amanecer del día siguiente, la alzaron en vuelo con suavidad. Sebastián, el menor de todos, le daba bayas para comer. Cuando el sol empezó a ocultarse otra vez, llegaron a una cueva secreta, en un bosque apartado. Esa noche, Elisa soñó con un hada que volaba en una hoja. -Podrás romper el hechizo si estás dispuesta a sufrir -susurró el hada-. Debes recoger ortigas y tejer once camisas con el lino que saques. Cuando las hayas terminado, deberás lanzárselas a tus hermanos para romper el hechizo. ¡Pero escucha bien! No puedes ni hablar ni reírte hasta no haber terminado. -Eso no importa -respondió Elisa en sus sueños-. ¡Haré lo que sea necesario para salvar a mis hermanos! Cuando Elisa se despertó esa mañana, sus hermanos ya se habían ido. En el suelo, junto a ella, había una pila de hojas de ortiga. Elisa se puso a trabajar de inmediato. Al regresar los príncipes a la cueva, encontraron a su hermana tejiendo una prenda bastante curiosa. Elisa tenía las manos llenas de heridas. -¿Qué haces? -preguntó Sebastián. Pero su hermana no podía decir nada. Sebastián no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas cuando se inclinó a mirar las manos de Elisa. Las lágrimas cayeron en sus dedos y las heridas desaparecieron inmediatamente. Ella le sonrió agradecida, pero no se atrevió a decir ni una sola palabra. Los hermanos observaron durante un rato. El asunto era muy misterioso, pero ellos sospecharon que algo mágico debía estar ocurriendo. A lo mejor, Elisa estaba tratando de salvarlos. Al otro día, cuando ya sus hermanos se habían ido, Elisa salió de la cueva. "Haré mi trabajo a la sombra de aquel roble", pensó. "Allá no me verán." Sin embargo, un grupo de cazadores la descubrió. -¿Tú quien eres? -preguntó uno de ellos con voz áspera. Al no obtener respuesta, la levantó a la fuerza. -Quietos -dijo una voz. Era un joven rey. -¿Cómo te llamas? -preguntó amablemente el rey. Elisa se limitó a sacudir la cabeza y a sonreír. -Ella vendrá conmigo -dijo el rey y ordenó a los cazadores retirarse. De regreso en el castillo, el joven rey intentó hablarle a Elisa en diferentes idiomas, pero ella no hacía más que tejer. Aunque la muchacha no decía nada, su mirada dulce y su linda cara cautivaron el corazón del rey. Elisa vivía ahora rodeada de lujos, pero pasaba la mayor parte del tiempo tejiendo en silencio. El rey se sentaba junto a ella y era feliz en su compañía. Un día, decidió hablar con el arzobispo. -Amo a esta dulce doncella -anunció-, y deseo casarme con ella. -Su majestad no sabe nada
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